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Homenaje póstumo al maestro del periodismo boliviano: Antonio Miranda

El guardián incorruptible de La Gaiba

Sí. Santa Ana de Velasco es una comunidad nacida en lo profundo de la provincia Velasco y acostumbrada a dejarse envolver por el manto de los crepúsculos matutinos y vespertinos que se funden silenciosamente con el color rojizo de la tierra de sus calles que dibujan los límites del pueblo. Las almas que habitan el lugar, ubicado a 464 metros sobre el nivel del mar, abandonan sus tibias sábanas antes del primer resplandor de cada día para dirigirse a sus chacos de soya, maíz, maní, yuca, café y otros alimentos.

En medio de las casas recostadas unas junto a otras, los ojos de Google Maps han descubierto que casi todas sus calles no tienen nombre. La única que fue identificada se llama Guarayoca y es la que pasa acariciando un borde de la plaza central. Tener calles sin nombre nunca provocó estrés a las generaciones que nacieron y se criaron en el lugar. Todos son familia.

En esa tierra alejada del bullicio del tráfico y del cemento de las grandes ciudades del país, un 21 de julio de 1935, Antonio Miranda asomó su cabeza a la vida para felicidad de sus padres Indolfo Miranda y Alejandrina Solís.  

Durante su niñez y adolescencia, Antonio corrió y jugó hasta la saciedad junto a sus amigos de toda la vida en esas calles de tierra cercanas a la plaza vigilada por robustos toborochis. La laguna Tucabaca, ubicada a menos de un kilómetro del centro del pueblo, fue su eterna piscina gratuita para el disfrute. Sus amigos de infancia lo llamaban «Pulgarcito», como aquel pequeño y frágil niño del cuento del francés Charles Perrault que hablaba poco, escuchaba mucho y que se convirtió en un héroe.

Uno de los amigos de Antonio, el inseparable, era Florabante Justiniano que, sentado plácidamente en una banca de la plaza de Santa Ana, lo recuerda como a «un hermano» mientras observa con sus cansados ojos cómo el sol destila sus últimos rayos sobre la piel del pueblo. Florabante también cuenta que, sin pedir permiso, Cupido atravesó de un solo flechazo los corazones de él y de Elda, la hermana de Antonio a quien llevó al altar de una iglesia. Así fue como sumó a su estatus de «mejor amigo de Antonio» el de «cuñado».

En su juventud, el espíritu viajero de Antonio lo llevó a Brasil, luego estuvo en Camiri (Santa Cruz) y finalmente en La Paz para formarse y vivir piel con piel el oficio del periodismo del que finalmente se enamoró. Comenzó a dar sus primeros pasos profesionales en el diario de circulación nacional Presencia. Con el transcurrir de los años, paseó y compartió su talento por las salas de redacción de periódicos como El Mundo, El Deber y El Día.

Para sus amigos y colegas de sala de redacción Oswaldo Ramos, Hamilton Montero, Germán Casassa, Roberto Méndez y Pedro Glasinovich, Antonio Miranda era un maestro del periodismo e incluso lo consideran como «el (Rysard) Kapuscinski boliviano» por su pasión y talento para ejercer la profesión en busca de la verdad. Antonio también es recordado por no temerle a nada, por ser sincero y honesto hasta la exageración, con principios éticos férreos y, sobre todo, por ser un irreverente como él solo con el poder público.

Sus dos amores en la vida fueron el periodismo y su «Negra», como acostumbraba llamar a su esposa, Ena Melgar, que estallaba de felicidad con cada logro de su compañero de vida, y también sufría por los riesgos a los que se exponía.

En noviembre de 1981, en plena dictadura militar, Antonio Miranda demostró su espíritu de investigador periodístico indomable al denunciar la explotación ilegal de las piedras semipreciosas de La Gaiba en la que estuvieron implicados los gobiernos de facto de Luis García Meza (entre julio de 1980 y agosto de 1981), la  junta de comandantes (Celso Torrelio Villa, Waldo Bernal Pereira y Oscar Pammo Rodríguez) por él precedida entre agosto y septiembre de 1981, y el gobierno también de facto de Torrelio Villa (de septiembre de 1981 a julio de 1982).

Una de sus características era la humildad y su desapego por los lujos. En sus dedos no lucía anillos de oro y las muñecas de sus manos no conocieron ningún reloj. Tampoco tenía auto. Él andaba por las calles con sus lustrosos zapatos de cuero negro en busca de información que registraba a pulso en su libreta de apuntes. Su infaltable compañera de aventuras periodísticas era una cajetilla de cigarrillos. No tenía barba, pero sí le gustaba lucir un bigote bien cuidado. Con el transcurrir del tiempo, su bigote y su cabello fueron tiñéndose del color de la nieve. Su delgada humanidad siempre estaba enfundada en una camisa manga larga y un pantalón que mostraban un planchado impecable.

Sus estudiantes de periodismo en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) lo llamaban de cariño «el profe Miranda» y coinciden en que fue un privilegio el haber sido alumnos de un profesional apasionado por el periodismo que acudía puntual a cada clase en la sala 126. Él miraba fijamente antes de contestar a cualquier pregunta y siempre estaba dispuesto a orientar a las nuevas generaciones de periodistas que buscaban respuestas a sus dudas.

Un día gris de febrero del año 2008 Antonio se embarcó en un viaje sin retorno. Sus ojos se cerraron para siempre y no volverán a ver Santa Ana de Velasco, un lugar en el que cada día muere la tarde para dejar que la luna bañe con su luz las calles de tierra rojiza por las que él corrió cuando era un niño, como queriendo alcanzar el viento.

 

El investigador

Antonio Miranda tuvo el coraje de producir y publicar en noviembre de 1981, en plena época de dictaduras militares, un reportaje sobre la explotación ilegal de piedras semipreciosas de La Gaiba (Santa Cruz) en la que estaban implicados los gobiernos militares de Luis García Meza, Celso Torrelio Villa, Waldo Bernal Pereira y Oscar Pammo Rodríguez. Su trabajo periodístico fue galardonado en 1982 con el premio Iberoamericano de Periodismo de la Agencia Española EFE, denominado hoy Premio Rey de España.  

En este video, los periodistas Germán Casassa y Oswaldo Ramos recuerdan cómo fue la cobertura del caso de la explotación de piedras semipreciosas en La Gaiba.

https://youtu.be/KZM1qMGsBOk?si=aFCnLD2IfjeUT6GD

Al llegar de La Paz a Santa Cruz de la Sierra, en septiembre de 1981, con el encargo del periódico Presencia de producir un suplemento por el aniversario departamental, escuchó hablar de los supuestos actos ilícitos en La Gaiba (provincia Ángel Sandóval) y no dudó en ir al lugar, ubicado a 700 kilómetros al este del departamento, para iniciar con su investigación, sin importar el tiempo, las dificultades y los riesgos que esa labor representaba para su vida.

La zona de la explotación ilegal denominada La Gaiba no era de fácil acceso para un periodista que buscaba sacar a la luz la situación irregular que se presentaba en dicho lugar. Con las minas vigiladas todo el tiempo por efectivos militares armados y sin poder acercarse, Antonio decidió buscar fuentes de información a partir de los campesinos del lugar, que eran los únicos que podían entrar a las minas. Convivió mucho tiempo con ellos y así estableció los contactos necesarios para realizar su investigación periodística. 

«Era muy valiente en denunciar los hechos malos del Gobierno», afirma su excolega Oswaldo Ramos.

Aquí se puede leer el reportaje completo de Antonio Miranda sobre la explotación ilegal de piedras semipreciosas en La Gaiba, publicado en el periódico Presencia el 12 de noviembre de 1981.

En este video, el hijo de Antonio Miranda recuerda a su padre y lo que significó para su familia el Premio EFE que recibió.

https://youtu.be/TCMzJJn-miI?si=rYmS64Z9BXZvUaZB

“Aprovechó para entrar como sabueso en La Gaiba y las poblaciones cercanas. Recuerdo que, entre las cosas que contaba, decía que tuvo que comprar alcohol, no sé cuál, para compartir con los campesinos que vivían cerca de las minas y que le empezaron a contar cómo entraban y trabajaban en ese lugar protegido por militares. Los únicos que tenían acceso a toda la dinámica eran ellos porque los utilizaban como mano de obra o para intercambios comerciales. Fue a través de ellos que él pudo acercarse. Aunque no llegó al punto exacto de explotación, sí logró ver todo el movimiento de camiones y de maquinaria, y logró conocer por los campesinos todo el proceso de extracción de las piedras semipreciosas. Viajó a Brasil, que era la ruta de salida de las piedras», explica Antonio Miranda Melgar, hijo.

A pesar de que Antonio logró hacer amistades con los campesinos, tuvo que arriesgarse para lograr mirar, desde una distancia segura, lo que sucedía en las minas. «Se subía a un árbol para poder ver todo. Eso fue lo más cerca que él pudo llegar. Lo demás fue gracias al apoyo de las amistades que fue construyendo. Así pudo conocer todo el andamiaje de la explotación», detalla  Miranda.

La investigación periodística sobre La Gaiba fue publicada en el periódico Presencia en noviembre de 1981 y logró el reconocimiento de sus colegas, que destacaron el aporte de la investigación.

«Lo que destaco de su trabajo fue esa valentía de viajar centenares de kilómetros para llegar a la zona de las piedras de La Gaiba, trabajar ahí, salir, contar todo, denunciar y, después, tener esa valentía, sin amargarse, de cambiar cada noche de casa, dormir en casa de los amigos, escapando de los militares y paramilitares que lo perseguían”, afirma Ramos.

Antonio conocía los riesgos que implicaba publicar su trabajo periodístico debido a las posibles represalias por parte de los diferentes gobiernos de facto, pero «su deber y sus valores como periodista fueron firmes; él siempre fue sincero, honesto hasta la exageración, y muy buena persona», menciona Ramos. 

Al revelar los nombres de las autoridades gubernamentales implicadas, que eran el presidente de facto Luis García Meza (1980-1981), la posterior Junta Militar Torrelio-Bernal-Pammo (1981) presidida por el mismo García Meza, y el siguiente gobierno también de facto de Celso Torrelio Villa (1981-1982), Antonio empezó a recibir amenazas y a ser perseguido. «Fue una etapa difícil en la que mi papá tuvo que vivir en la clandestinidad», cuenta su hijo, Antonio Miranda Jr.

Según relata su excolega Ramos, Antonio vivió en la clandestinidad hasta el 10 de octubre de 1982, cuando retornó la democracia en Bolivia al asumir Hernán Siles Zuazo como presidente de la República. «Fue una reconquista de Bolivia después de años de estar dependiendo de gobiernos militares. Los militares fueron a sus cuarteles, y Antonio Miranda volvió a las calles y a la gestión del periodismo, y se vino a Santa Cruz”, precisó Ramos.

La justicia tardaría más tiempo para procesar a los autores de la explotación ilegal de las piedras semipreciosas de La Gaiba, pero llegó gracias al reportaje de Antonio Miranda. En 1986 se inició un juicio de responsabilidades a García Meza y su séquito de delincuentes, por varias causales, entre ellas, la ya citada. Siete años después, el exdictador y su principal colaborador, el exministro de Interior, Luis Arce Gómez, fueron sentenciados a 30 años de prisión; el resto de los involucrados recibió condenas de menor magnitud.

Trayectoria en el periodismo

Antonio Miranda trabajó en varios medios de comunicación, como Presencia, El Deber, El Mundo y El Día. En Presencia se desempeñó desde 1970 hasta 1993. 

Ejerció la labor sindical y fue considerado uno de los grandes dirigentes de la prensa a escala nacional.

En su trayectoria profesional fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo 2005, otorgado por la Asociación de Periodistas de La Paz, y con el Premio Dignidad de la Prensa, de parte del Sindicato de Trabajadores de la Prensa también de La Paz. Pero el galardón que más destaca en su carrera profesional es el Premio Iberoamericano de Periodismo de la Agencia Española EFE, denominado hoy Premio Rey de España, precisamente entregado como reconocimiento por su reportaje de denuncia sobre la explotación ilegal de las piedras semipreciosas de La Gaiba.

En esta galería de fotos, se pueden apreciar los premios recibidos por el periodista Antonio Miranda.

Premio Nacional de Periodismo 2005
Premio Nacional de Periodismo 2005
Premio Dignidad de la Prensa
Premio Dignidad de la Prensa
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En este video, Roberto Méndez describe a Antonio Miranda como periodista.

https://youtu.be/0y8Ou1QQ7BA?si=kWZfGJOLHZ2_zHRD

El maestro

Periodistas de diferentes medios de comunicación recuerdan a  Antonio Miranda como a un docente y periodista reconocido por sus trabajos de investigación. Con sus enseñanzas, los inspiró e influyó en ellos en su etapa de estudiantes. En la sala 126 de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra compartía su pasión por la profesión.

Actual Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM)
Actual Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM)
Antiguo laboratorio de prácticas periodísticas
Antiguo laboratorio de prácticas periodísticas
La Facultad de Comunicación inicialmente estaba ubicada en el campus universitario central.
La Facultad de Comunicación inicialmente estaba ubicada en el campus universitario central.

El periodista chiquitano Antonio Miranda fue docente de las materias de Redacción Periodística I, II y III por nueve años en la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM). Pese a la exigencia y dedicación que su profesión le requería por su arduo trabajo como periodista en ejercicio, él se daba tiempo para acudir puntualmente a las salas morenianas. 

Con sus enseñanzas trazó el camino de sus estudiantes. como Rudy Quinteros, Yaquelin Estremadoiro, Marcelo Valencia y Paúl Granillo, quienes ahora ejercen la profesión en diferentes medios de comunicación y lo recuerdan como un ejemplo y modelo a seguir en sus vidas profesionales.

“Fui alumno del profe Miranda, como le decíamos, en la materia de Redacción Periodística III. Realmente soy un privilegiado”, expresa  Rudy Quinteros, exestudiante de Miranda, y actual periodista de la radio Eduardo Avaroa. «Fue un verdadero defensor del pueblo, una persona sencilla, humilde y aguerrida cuando se trataba de defender los intereses públicos», agrega.

“Una oportunidad y un privilegio”, dice a su vez Yaquelin Estremadoiro, periodista que actualmente forma parte de la Federación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Santa Cruz (FSTPSC), al recordar las clases de Redacción Periodística II con Miranda.

Apasionado por las anécdotas

El método de enseñanza de Miranda era considerado único. A lo largo de su etapa como docente, él se destacó por su habilidad para involucrar a sus estudiantes en el aprendizaje, manteniéndolos interesados y motivados en todo momento. Sus ex estudiantes recuerdan que sus clases eran diferentes la una de la otra. “Eran interesantes, en realidad no había una sola clase que hubiese sido aburrida”, señala Estremadoiro.

Según los relatos de cada uno de sus ex estudiantes, Miranda tenía una habilidad especial para contar historias y anécdotas interesantes, lo que hacía que sus clases fueran entretenidas y fáciles de recordar. Hamilton Montero, docente de la UAGRM y ex colega de Miranda, lo recuerda como un hombre práctico. “El periodismo es totalmente práctico”, afirma Montero.

También lo recuerdan como un profesional exigente al momento de escribir una historia. «Él nos pedía que seamos responsables con los trabajos prácticos porque en el trabajo real debíamos serlo también», recuerda Paúl Granillo, ex estudiante de Miranda y actual periodista de la casa televisiva Unitel. Para Miranda, agrega Paúl, lo más importante era contar la información con la verdad y que la historia apasionara al periodista y al público. Así, fomentaba la curiosidad, la criticidad y la investigación periodística. 

«Pero sus lecciones no se limitaban a la narración de historias, sino que abarcaban valores fundamentales del oficio periodístico, como la ética y el compromiso», añade Estremadoiro.

La pluma incorruptible de la verdad

La búsqueda de la verdad y la objetividad constituía una de las principales enseñanzas de Antonio Miranda, según ahora recuerda su ex alumno Marcelo Valencia. «El profesor se destacó a lo largo de su carrera por su compromiso con la verdad y la justicia. Durante años investigó y publicó trabajos periodísticos que, en muchas ocasiones, ponían en riesgo su propia seguridad», destaca Valencia.

Una de las frases de Miranda que recuerdan sus ex estudiantes Quinteros, Estremadoiro, Valencia y Granillo es: «Nosotros estamos aquí para servir al pueblo, para buscar la verdad; no importa de qué lado esté el periodista, la verdad es una sola y esa verdad es la que él debe informar».  

Según ellos, Miranda siempre manifestaba que un periodista es un servidor público, comprometido con la sociedad y el país. Afirmaba también que bajo ninguna circunstancia un periodista debe «torcerse», cómo se dice en la jerga común al hecho de apartarse del buen camino. 

Entre todas las anécdotas que Miranda narraba en cada clase hay una que Quinteros recuerda entre risas. 

“Una vez nos contó que, cuando Jhonny Fernández fue alcalde por primera vez, para fin de año repartió canastones a todos los periodistas y que a él le mandó un canastón, pero un canastón ¡gigante! No era un bañadorcito, era un superbañador lleno y tenía de todo. Dijo que salió él y vio el canastón. Entonces, el taxista le dijo:

– ¿Don Antonio Miranda?

– Sí, soy yo – le respondió.

– Le traemos de parte del alcalde Jhonny Fernández un regalito para usted. 

– Dígale que muchas gracias, pero yo no recibo ‘regalitos’ de nadie. Lléveselo, por favor».

“Lo que escribía y expresaba era verdad y eso es lo que está faltando ahora. Fue un ejemplo para las nuevas generaciones”, afirma su excolega y docente de la UAGRM, Hamilton Montero, al referirse al trabajo que realizaba Miranda.

Para él, la gran lección que Miranda dejó fue su comportamiento ético, moral y de responsabilidad.

Un hombre preparado

En 1995 Miranda se graduó como Técnico en Medios de Comunicación Social, en la Universidad Católica Boliviana (UCB) de la ciudad de La Paz. Años más tarde, tras un largo recorrido profesional y en vista de la necesidad que requería su profesión, decidió optar por una segunda Carrera. En 2006 se graduó como abogado en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM). 

Pero también realizaba permanentemente otros cursos de capacitación. «Recuerdo que nos comentaba que había tomado cursos para ser corresponsal internacional y cubrir conflictos bélicos», rememora Valencia.

Certificado de egreso de la UCB
Certificado de egreso de la UCB
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Hacer calle con «el profe»

«Si fue un privilegio ser su alumno, fue mucho más privilegio ser su colega, hacer calle con él; ir, a su lado, tras la noticia  era toda una aventura», afirma Quinteros.

En esa época, Miranda trabajaba en el periódico El Nuevo Día, y Quinteros, junto a sus compañeros, en el Periódico Universitario. Se encontraban, entonces, con Miranda en la labor de campo. «Era espectacular trabajar junto a él, si bien no en el mismo medio, pero al lado de nuestro profe», dice Quinteros. 

Un bolígrafo en el bolsillo de su camisa, una grabadora walkman a casette y su libreta en mano eran las armas de guerra que Antonio Miranda usaba en el «campo de batalla» en busca de la noticia.

Él estaba convencido que es en las calles donde se encuentra la noticia y, por esos, a las calles llevaba a sus estudiantes. 

Miranda era un defensor de la libertad de prensa y participaba activamente, junto a sus colegas y estudiantes, de las marchas en defensa del periodismo y la libertad.

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Marcha de periodistas y comunicadores en defensa de la libertad de expresión. Miranda aparece en primera fila.
Marcha de periodistas y comunicadores en defensa de la libertad de expresión. Miranda aparece en primera fila.

El chiquitano

El pueblo que lo vio nacer. Antonio Miranda nació un 21 de julio de 1935 en la comunidad de Santa Ana de Velasco, ubicada en el municipio de San Ignacio de Velasco (Santa Cruz). La población sale de la iglesia misional en procesión (video).

El «Pulgarcito» chiquitano que
se convirtió en un gigante

Antonio Miranda nació en un pueblo pequeño, con escasas posibilidades, pero creció para convertirse en un referente del periodismo en Bolivia, galardonado por su labor y recordado con cariño por quienes lo conocieron.

De rojiza tierra eran las calles por las que «Pulgarcito», como sus seres queridos lo llamaban, transitaba cada mañana. Antonio Miranda vivía y compartía con ellos sus aventuras en la Tierra Colorada, tierra donde no había luz eléctrica ni agua potable, donde no había colegio y el desarrollo era una palabra lejana… Él vivía en Santa Ana de Velasco.

Allí nació un 21 de julio de 1935, aunque su certificado no lo recibiría sino hasta 1969. El único papel que anunció su existencia en el mundo fue el certificado de bautizo que se guardó en el archivo de la Parroquia de Santa Ana, con fecha de 25 de julio del mismo año.

“Hijo natural de Alejandrina Solís y de Indolfo Miranda Escalante”, reza el documento. Pero Antonio Miranda fue, en realidad, hijo de crianza de su abuela, Tomasa Escalante, que se hizo cargo de él desde que era prácticamente niño, cuando su madre se marchó a vivir a la Argentina.

Fue bautizado en la parroquia misional de Santa Ana de Velasco el 25 de julio de 1935 por el monseñor Bertoldo Büll. Sus padrinos fueron Jesús Flores y Celia Davidson.


Si hoy en día alguien preguntara cuál era su casa, sería muy fácil responder: frente a la esquina de la Plaza, donde está el toborochi, aquel toborochi que estuvo allí cuando Pulgarcito nació y está allí aún hoy en día, igual de vigoroso.

Sí. El toborochi sigue de pie, pero la casa de Pulgarcito sucumbió. Solo hay tres paredes en lugar de cuatro; vigas de madera que ya no sostienen ningún techo; pintura blanca con manchas amarillentas. El tiempo ha cobrado su factura.

Barro y madera. Estos son los restos de lo que alguna vez fue la casa de Antonio Miranda. Dentro, el piso es de ladrillo recubierto con tierra y pequeños pedazos que cayeron del techo y paredes.

«Nosotros nos criamos en este pueblo. Sin luz eléctrica, sin agua potable, sin nada. Estábamos alejados del desarrollo. Solo en San Ignacio, a 4 kilómetros de distancia, había unas cuantas radios; era lo máximo que teníamos», rememora Florabante Justiniano, su amigo y cuñado.

41 kilómetros de ida y 41 kilómetros de vuelta

Hoy en día son alrededor de 700 los habitantes que viven en Santa Ana. Cada día, los niños acuden al Colegio 25 de Mayo, que ocupa una manzana completa frente a la plaza del pueblo. Setenta años atrás, las cosas eran diferentes. En aquel entonces, el colegio más cercano era el Seminario San Ignacio, edificado en la ciudad del mismo nombre.

Cada mañana, Pulgarcito recorría a pie el camino de tierra que conecta Santa Ana con San Ignacio: 41 kilómetros de ida y 41 kilómetros de vuelta, distancia siempre recorrida en compañía de su amigo ¡y rival! -pues siempre competían entre sí-, Florabante Justiniano.

-¡Aunque a veces nos íbamos en burro!, comenta Justiniano.

Ambos, junto a su compañero Lorgio Áñez, formaron parte de la tercera promoción del Seminario, en el año 1953. Ya han pasado setenta años y Justiniano es el único que queda de los tres.

Buscándole a la vida

Fue con dieciocho años de edad y ya bachiller que a Miranda le llegó la noticia de que su abuela Tomasa había muerto, lo que lo llevó a preguntarse a sí mismo: “¿Para dónde voy?”

Por esa situación, él intentó «buscarle a la vida» de distintas maneras. Se fue a La Paz a estudiar. Intentó con Odontología; no lo logró. Luego con Medicina; el mismo resultado. Realizó un viaje al Brasil, que no terminó en nada. Volvió a Bolivia dispuesto a trabajar en lo que fuera para subsistir.

Como en aquel tiempo estaba en auge la explotación del petróleo, el joven terminó trabajando en la empresa Equipetrol. De esa forma, llegó a Camiri, la capital petrolera de Bolivia, donde conoció a quien sería su futura esposa, Ena Melgar, a quien él llamaba de cariño «Negra».

Aunque ya tenía un trabajo, Miranda no estaba satisfecho. Seguía haciendo planes.

Se casó con Ena y se fue a La Paz. El primer año en esa ciudad, según comenta su hijo mayor, fue difícil. Antonio tuvo que dedicarse a trabajar de ayudante en distintas áreas relacionadas con el tema de la información.

Sin embargo, un 23 de diciembre del año 1970 todo cambió. Dos hechos sucedieron y removieron los horizontes de la pareja. El mismo día en que nació su primogénito, Miranda consiguió trabajo en el diario Presencia, lugar que se convirtió en su entrada al mundo del periodismo.

Más que amigos, hermanos

Justiniano y Miranda, los viejos amigos de la infancia, se habían separado tras su bachillerato, pero con el pasar de los años continuaron reencontrándose. Incluso llegaron a vivir juntos durante un tiempo, cuando Justiniano también se encontraba estudiando en La Paz y Miranda le ofreció hospedarse en su casa.

Sin embargo, ninguno de ellos esperaba la forma en la que este vínculo crecería.

Tras la ruptura del primer matrimonio de Justiniano y su vuelta a Bolivia después de haber estado viviendo en Chile, los dos amigos se reunieron a «pasar revista» de todas «las peladas» (muchachas), ¡posibles candidatas! para contraer futuras nupcias. Repasaron a todas, menos una. El nombre de Elda Miranda, hermana de Antonio, jamás figuró en la lista.

No obstante, grande fue la sorpresa para ambos cuando, una vez dada la ocasión, Elda terminó casándose con Justiniano.

-A partir de ahí, la relación con Antonio fue más familiar, más cercana… Éramos como hermanos, cuenta Justiniano con nostalgia.

Su amigo Florabante Justiniano se convirtió en su cuñado.

https://youtu.be/Isjwgm2dd18

Un cruceño en tierras altas

Si bien vivía en la ciudad de La Paz, las raíces cruceñas de Miranda se mantuvieron bien presentes en su vida.

Cada que podía, se sentaba a la mesa a disfrutar de la comida de Negra. Sus platos favoritos eran la sopa de maní y el ‘maneao’, una comida típica del Chaco cruceño que consta de arroz, cumanda y queso. Eso sí, ambos platos debían ser preparados por las manos expertas de su esposa. Si no, no contaba.

En aquella ciudad nacieron sus cuatro hijos: Antonio, Alejandro, Noradelia y Yáscara. Hoy en día, el mayor (Antonio) vive en Santa Cruz, mientras que el resto sigue residiendo en La Paz.

Las manos mágicas de Negra siempre sabían cómo preparar el rico maneao que tanto encantaba a Miranda

Texto para rellenar

https://youtu.be/YDrHyG7UdT0

En su casa también había un cuarto reservado para las visitas. Se trataba del churuno, que era “el centro de acogida de todos los cruceños que estudiaban en La Paz”, según comenta Justiniano. 

El amor de Antonio por Santa Cruz, y en especial por la Chiquitania, también se vio reflejado en los trabajos periodísticos que realizaba, que tocaban temas como el Parque Nacional Noel Kempff Mercado, las Misiones Jesuíticas, el corredor Bioceánico, la vinculación con Brasil, la protección de Puerto Aguirre, la cultura chiquitana, el Seminario San Ignacio, la carretera San Ignacio-Concepción, la carretera San Matías, La Gaiba, entre otros.

-Tal vez el único medio que informaba sobre esa zona del país era Presencia, y era porque ahí estaba Antonio Miranda, afirma su hijo mayor.

No obstante, este mismo amor por su tierra natal acarrearía consigo momentos difíciles para él y su familia, en los que su esposa tendría que tomar cartas.

Una familia en apuros

Era 1981 y Miranda se encontraba en Santa Cruz, ocultándose del Gobierno tras la publicación de su reportaje sobre La Gaiba.

Durante ese tiempo, Ena tuvo que sobrellevar todo tipo de situaciones. Miranda, por la persecución, no podía generar recursos. 

De alguna forma, él hacía llegar la noticia de que se encontraba a salvo, pero la comunicación no era fluida. Además, la familia era vigilada.

Su hijo mayor recuerda que, en tales circunstancias, su madre estaba bajo preocupación constante, pero siempre sabía sobrellevar las cosas y transmitir seguridad a sus hijos.

Antonio Jr. Miranda: «Mi mamá era una mujer fuerte y valiente»

Mientras Miranda mantenía un perfil bajo, el Comité Cívico Pro Santa Cruz, en ese entonces bajo el liderazgo de José Luis Camacho Parada, le tendió una mano. 

Él compartió con la institución cívica toda la documentación que había conseguido y que evidenciaba la explotación ilegal de piedras semipreciosas de La Gaiba, y ellos se encargaron de hacer seguimiento al caso.

Solidario hasta pasado de la raya

Con la vuelta de la democracia al país en 1982, Miranda pudo volver a ejercer su profesión. Continuó trabajando en Presencia hasta el año 1993.

Los momentos difíciles cobraron su recompensa con los $us 8.000 que recibió del Premio EFE. Sin embargo, la solidaridad que lo caracterizaba hizo que este monto, muy pronto, quedara en nada.

-Se preocupaba por todos menos por él. Los problemas de los demás los consideraba propios, afirma Justiniano, y los hechos parecen concordar.

Miranda, al escuchar que un amigo suyo estaba necesitado de dinero, le prestó todo el monto, sin ningún tipo de respaldo o documentación.

-Esa persona le terminó pagando tarde, mal y nunca. Al final quedó prácticamente en nada esa cantidad, afirma Claudia Parada, su nuera.

Claudia Parada: «Después de conocerlo, nadie quedaba indiferente»

Entre idas y venidas

Mientras vivían en La Paz, la idea de Miranda y su esposa siempre fue retornar a Santa Cruz, pero esos planes se aplazaban de forma constante, tal como comenta su hijo mayor:

-Siempre decían: “de que Negrito (Antonio Jr.) salga de la primaria”; luego, “de que Negrito salga bachiller”

Finalmente, Antonio Jr. optó por realizar sus estudios universitarios en Santa Cruz, mientras que sus hermanos los realizaron en La Paz. Esto hizo que la pareja, en especial Ena, estuviera en constante movimiento entre ambos departamentos, hasta que finalmente la pareja decidió residir en Santa Cruz.

Antonio Miranda junto a su amigo y cuñado, Florabante Justiniano, su hermana, Elda Miranda, y su esposa, Ena Melgar.
Antonio Miranda junto a su amigo y cuñado, Florabante Justiniano, su hermana, Elda Miranda, y su esposa, Ena Melgar.
Antonio Miranda junto a su padre, Indolfo Miranda; su hijo, Antonio Miranda; y su nieto, Diego Antonio Miranda.
Antonio Miranda junto a su padre, Indolfo Miranda; su hijo, Antonio Miranda; y su nieto, Diego Antonio Miranda.

El gigante del periodismo

Una vez en Santa Cruz, Miranda siguió ejerciendo su profesión en distintos medios, pero también comenzó a enseñarla. En 1999, comenzó a dar clases de Periodismo en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) mientras que, paralelamente, estudiaba Derecho.

En el periodo 2000-2002, fue secretario ejecutivo del Sindicato de Trabajadores de la Prensa de Santa Cruz, en donde interactuó y compartió su conocimiento con otros periodistas, no solo de su generación, sino de generaciones más jóvenes.

-No fue ningún obstáculo la edad y la experiencia que él tenía en comparación con nosotros. Compartió su conocimiento libremente con la juventud de aquel entonces, afirma Darío Morón, periodista de San Ignacio de Velasco, al recordar el taller de prensa e información que Antonio Miranda dictó un 14 de febrero de 1998 a los periodistas de esa localidad.

Llegado el año 2005, recibió el Premio Nacional de Periodismo, otorgado en el acto de conmemoración del 76º Aniversario de la Asociación de Periodistas de La Paz.

Antonio Miranda capacitaba a los periodistas de provincias.

https://youtu.be/XYy3tux-XGw

Miranda consiguió obtener su licenciatura en Derecho y, mientras estaba estudiando su maestría, sufrió un derrame cerebral que lo llevó a utilizar una silla de ruedas. Su salud fue desmejorando hasta que falleció el año 2008.

-Creo que los últimos años de su vida fueron muy frustrantes para él porque estaba en una silla de ruedas; le gustaba caminar, afirma su hijo mayor.

No es de extrañar, pues las caminatas eran su forma favorita de moverse a todas partes, y de trabajar. 

Honesto, de principios, apasionado por su trabajo, solidario. Son algunas de las palabras que utilizan para describirlo las personas que lo conocieron.

Este gigante no caminaba; volaba.

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