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Los primeros casos de coronavirus en Bolivia fueron reportados durante los primeros diez días de marzo de 2020, se trataba de dos mujeres que habían realizado vuelos de regreso desde Italia, a las ciudades de Santa Cruz y Oruro. A partir de ahí los casos solo fueron aumentando en el país.

Debido a esto el gobierno de transición declaró Estado de Emergencia Sanitaria el día jueves 12 de marzo, y su principal medida fue la suspensión temporal de las labores educativas. Cuatro días después el departamento de Tarija dispuso el cierre de sus fronteras durante tres días desde las cero horas del día lunes 16, con excepción del transporte de alimentos y otros tipos de carga. Más adelante, luego de otros departamentos, la capital de Santa Cruz también cerró sus fronteras desde las cero horas del día jueves 19, debido a una cuarentena municipal que se esperaba dure cuatro días. Sin embargo, el día sábado 21 el gobierno nacional anunciaba la cuarentena total en todo el país a regir desde las cero horas del domingo 22 de marzo. Por ende, el transporte de pasajeros quedó totalmente prohibido.

Todos estos cierres de frontera dejaron varadas a muchas personas que no tuvieron tiempo de regresar a sus hogares por la velocidad de los acontecimientos. Erick Misael Espíndola Quispe es una de estas personas. Nació en Tarija y es el tercero de cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones. Decidió mudarse a la ciudad Santa Cruz de la Sierra en 2017 para estudiar Teología en el Seminario Teológico Hebrón, lugar en el que también vive, ya que la institución posee algunas habitaciones que alquila a los estudiantes provenientes de otras ciudades. El alquiler incluye la alimentación si es que el estudiante desea pagar unos cuantos pesos más.

A finales de enero del año 2020 empezó a cursar el primer trimestre académico de su cuarto año de estudio. Y cuando estaba llegando a la fase de sus segundos parciales, empezaron las primeras medidas en Bolivia contra la pandemia del Covid-19. Entre ellas, la suspensión de clases por parte de los colegios y universidades. Sin embargo, las autoridades del seminario aún no anunciaban nada debido a que algunos miembros del plantel administrativo estaban de viaje y no habían podido reunirse. Para cuando informaron la suspensión de clases, ya era lunes 16 de marzo y los jóvenes tarijeños, entre ellos Erick, y los orureños, no podían volver a sus ciudades porque ya se habían prohibido los viajes internacionales e interdepartamentales.

Entre molestia y confusión, los 27 estudiantes que viven en las habitaciones del Seminario Teológico Hebrón, empezaban a preguntarse qué hacer. Algunos ya no podían volver a sus ciudades porque el transporte estaba suspendido, otros tenían poco dinero y otros esperaban que la institución que los prepara y los aloja les dé alguna respuesta. Y cuando la respuesta llegó, fue muy alentadora: la institución se hará cargo del alojo y alimentación de los estudiantes durante toda la cuarentena. ¿Respuesta suficiente? Al parecer sí, ya que los que aún tenían la oportunidad de viajar a sus ciudades, decidieron quedarse.

Pero Erick no estaba muy confiado. Ya les habían anunciado algo similar durante el periodo de paro que vivió el país a finales de 2019, y cuando llegó el momento, los alimentos escasearon y tuvieron que pedir ayuda de donde pudieron para recoger comida y donaciones de iglesias que los conocían.

Así que para el joven tarijeño aspirante a teólogo, la promesa de que les darían todo lo necesario durante la cuarentena, no era demasiado segura. Pero la oferta era tentadora, y por un tiempo parecía posible. Sin embargo, llegó el sábado 18 de abril, la cuarentena seguía y las provisiones se acabaron. Bajaron a preguntar al encargado del lugar si habían llegado algunos víveres, nada; si los hermanos de las iglesias habían mandado alguna ofrenda, nada; si la institución decía algo al respecto, nada. Y con tantos nadas los jóvenes comenzaron a preocuparse.

Erick, al ser uno de los más influyentes del lugar, empezó junto con sus amigos a enviar mensajes a los hermanos de algunas iglesias para saber si les podían mandar algo. Las ofrendas fueron llegando poco a poco. Pero el joven tarijeño ya había perdido las ganas de quedarse. Las falsas promesas, la insostenible situación del país entero, y la preocupación de que en algún momento las ofrendas no alcancen para todos, lo empujaban a volver a casa.

Durante unos días estuvo viviendo de las donaciones que llegaban de sus conocidos de algunas iglesias evangélicas. Hasta que la noche del martes 21 de abril, Erick consiguió por parte de un amigo camionero, la opción de volver a Tarija. Pero antes de tomarlo se lo ofreció a su primo que también vive en el Seminario y también tiene familia en Tarija. El primo reaccionó dudoso a la oferta. Hasta que llegó el miércoles en la tarde, y era el día de partir.

-Sabes que hermano, te conviene irte, no sabemos si en algún momento va a faltar aquí el alimento.

-Ya, bueno.

-Ok en 15 minutos vienen a recogerte para llevarte al Nuevo Abasto.

-¿En 15?

-Sí, en 15

-¿Y vos?

-¿Yo? Eso no importa, yo después veo primero quiero que te vayas vos.

-Ok. Listo.

Sin embargo, el viaje no se concretó.

Era jueves 23 de abril, y Erick todavía no encontraba cómo irse, hasta que recibió una llamada de otro amigo camionero desde Tarija.

-¿Te querés venir?

-Sí.

-Tengo un amigo que se viene ahora al mediodía, así que apurate.

-Listo.

Alistó sus cosas, llamó a un amigo que tenía permiso de circulación. No contestó. Llamó a otro amigo que no tenía permiso de circulación pero que sí tenía una moto. Contestó. Quedaron en que el amigo se iba a arriesgar por Erick, pero le pidió que busque una foto de ellos juntos para que la policía no piense que está trabajando de mototaxi. Perfecto. Llegaron al mercado. Buscó al conductor que es amigo de su amigo y que se volvía ese día. Lo encuentró. Todo listo para partir. Aún no.

Resultó que el camionero, un señor mayor de unos 50 años, serio, pero no mala gente, recién salía al siguiente día. Y dejó a Erick sin saber dónde se quedaría a dormir esa noche. El seminario está muy lejos, al otro lado de la ciudad, y la casa del amigo que lo llevó hasta el mercado en moto no estaba disponible para huéspedes. Pero enseguida recordó, que una señora con quien posee una buena amistadle dijo en cierta ocasión que si algún día necesitaba hospedaje, no dude en llamarla. Y eso hizo, la llamó, consiguió donde dormir por esa noche y quedó tranquilo.

El día de salida no fue tan ajetreado, de hecho estuvo demasiado lento. El amigo que contactó en la primera ocasión para que lo lleve en auto desde el seminario hasta el mercado Nuevo Abasto, esta vez sí estaba disponible. Una vez llegó al mercado y encontró al camionero que lo llevaría a las tres de la tarde a su natal Tarija, lo esperó un ratingo hasta que terminó de hacer algunas cosas, y partieron. A las seis de la tarde.

Embarcado en el camión sintió una especie de tranquilidad porque al fin volvería a su hogar. Pero también sentía incomodidad porque viajaría con un extraño, en un camión de alimentos y pasaría por trancas que habían reforzado sus controles. En ese momento ya no había vuelta atrás.

Empezaron el trayecto que normalmente dura doce horas en flota, entre Santa Cruz de la Sierra y la capital tarijeña. A la medianoche llegaron a la tranca de Villa Montes, que según los cálculos de Erick se encuentra a la mitad del camino, es decir, a seis horas de llegar a la ciudad de Tarija. Una vez allí un policía le pidió que se bajen del camión para realizar algunos controles. Apartó al chofer unos dos metros de su compañero de viaje y preguntó:

-¿Ese de allá es su acompañante?

Y durante un rato de miradas incómodas entre el chofer del camión y Erick, de esas que tratan de decir un montón de cosas pero al final no dicen nada, el camionero por fin respondió:

-Sí, sí es.

-¿No es, verdad? –sentenció el policía que hasta ese momento ya estaba seguro de que el chofer mentía

–Escuchame, los voy dejar pasar, pero a partir de aquí, no hacen ninguna parada hasta llegar a Tarija ¿escuchaste?

-Sí.

Una hora de viaje después, pararon. Era tiempo de descansar y ambos estaban de acuerdo, el viaje había sido agotador y el susto que se llevaron en la tranca no les había sentado bien a ninguno de los dos. Pero hasta ese momento parecía que todos los inconvenientes mayores habían pasado. Así que se levantaron cuatro horas más tarde, y siguieron su camino.

Más adelante mientras cruzaban el Pilcomayo, Erick se quedó mirando al chofer, que durante un largo rato había sostenido su teléfono cerca de su oído, sin decir nada. Cuando al fin guardo el celular, el chofer del camión quedó en silencio por un momento y luego dijo:

-Parece que la zona de las verduras en el mercado estaba llena de contagiados de coronavirus.

-¿Y usted por dónde anduvo?, le preguntó Erick.

-Por toda esa zona, le respondió preocupado.

El día que ambos partieron, Santa Cruz ya registraba 446 personas con coronavirus. La mayoría estaba en la capital cruceña.

En ese momento la tranquilidad de Erick desapareció y empezó a recordar cuánto contacto había tenido con el camionero. Cuando se convenció de que este podía estar contagiado, no paró de untarse el alcohol en gel que durante todo el camino apenas había mirado. Mantuvo la distancia y aplicó todas las medidas de seguridad que recordó en ese momento.  Y es que, aunque sus padres estaban viviendo en otra ciudad, en casa tenía a dos hermanas y un hermano y su cuñada estaba embarazada. Además, era probable que la abuela quisiera una visita, los primos querrían hacer un churrasco y los amigos iban van a querer juntarse. Demasiadas cosas pasaron por su cabeza hasta que llegó a su destino.

El momento en el que bajó del camión y caminó con sus maletas hasta la puerta de su casa, Erick se lo había imaginado como algo hermoso, de tranquilidad y reencuentro con su familia después de meses. Sin embargo, con la noticia de que podía estar infectado, ese momento solo fue de mucho estrés y miedo.

Cuando llegó a su casa, un día sábado 25 de abril a las seis de la tarde, después de un viaje que se suponía debía durar 12 horas, fue su hermana quien salió a recibirlo, le ayudó con sus maletas y le invitó a entrar. En seguida le hablaron los primos, la abuela y los amigos que querían verlo. Pero el recién llegado no sabía cómo decirles que debía tomar distancia al menos por un tiempo. Hasta que al fin, no dijo nada.

Pasó un mes de reunirse con su familia, hasta que Erick estuvo seguro de que no estaba infectado con el coronavirus y recién pudo disfrutar de su regreso.

Luego de meses de cuarentena nacional, la mayoría de los jóvenes que viven en el Seminario Teológico Hebrón siguen viviendo de donaciones de sus conocidos, y solo pocos pudieron retornar a casa. Sin embargo, por la paranoia de casi ser detenido en la tranca, o de estar infectado por el peligroso virus, Erick estuvo convencido por un mes de que habría sido mejor quedarse, en vez de vivir una travesía que no le gustaría nada repetir.

 

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