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En el mismo salón donde los más renombrados personajes, incluso mandatarios de Estado, tomaban decisiones o firmaban acuerdos, ahí estaba Santos Toledo, el lavaplatos del hotel más renombrado de la ciudad. No era el único, 40 compañeros de trabajo estaban con él.

No era exactamente alguien importante. Es más, tenía la más humilde posición de trabajo, pero alrededor de él, día a día el salón directorio del centro de convenciones del Hotel Los Tajibos se convertía en un mudo testigo de una transformación que marcaría su vida y la de sus casuales condiscípulos.

En la década de los 60, allá en las tierras de Vallegrande, las condiciones del sistema educativo eran deficientes, tanto como la economía de las familias del lugar. La dureza de la vida graduaba más trabajadores de campo analfabetos que bachilleres en humanidades, y Santos era uno de ellos. A duras penas terminó el segundo básico.

Como muchos de sus amigos, Santos se subió al colectivo de los migrantes. Todavía joven, logró incorporarse al más lujoso hotel de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, aunque en uno de los puestos más humildes del lugar, el de lavaplatos.

“Luego de un tiempo de haber dejado la empresa, volví al hotel y me encontré con Santos”, indica Elizabeth Egüez, jefa de recursos humanos. “Me sorprendió que siga en el mismo puesto, pues ya tenía 25 años de antigüedad”.

Méritos y calidad humana no le faltaban a este bigotudo y regordete trabajador. “Acabamos de recibir la novedad de que encontraste una billetera en el parqueo interno del hotel, la misma que contenía documentos y dinero. No podíamos esperar menos de ti, Santos; esa actitud y otras buenas cualidades te han caracterizado en estos largos años que nos acompañas”, reza una de las varias cartas de felicitación que recibió el trabajador. ¿Acaso tuvo que pedir que alguien se la leyera? De seguro que sí.

El analfabetismo en personas adultas siempre fue la más cercana compañera de la pobreza en Bolivia, y en esa condición se encuentran más de 3.8 millones de habitantes, principalmente vivientes de las áreas rurales. La tasa de deserción escolar también tiene ribetes pasmosos. Hasta antes de 2005, ésta llegaba al 6.5%, de acuerdo a cifras oficiales. Tales cifras repercuten no solo en los índices de pobreza, sino también en la falta de oportunidades laborales, sociales y aun familiares.

A Paulina de Calvo, socia del Hotel Los Tajibos, también le llamó la atención que Santos ocupara el mismo puesto pese a su antigüedad. Cuando abordó a Santos en ese sentido, él respondió con mucha sinceridad y no poca vergüenza: “Es que no sé leer y escribir, y tengo temor de que si alguien me pide tomar nota, no pueda hacerlo”.

La respuesta, retransmitida en una reunión de directorio, motivó para que se hiciera de forma inmediata un censo de escolaridad entre los trabajadores del hotel. Más de 40 trabajadores de Los Tajibos no habían terminado su bachillerato, algunos de ellos, incluso, habían perdido sus habilidades de lecto-escritura. Santos no era el único. “Eso no está bien, debemos hacer algo”, fue la sentencia del gerente del hotel, Juan Pablo Rojas.

Papeles, reuniones, acuerdos… En enero de 2011 se inició La Escuelita, el centro educativo para graduar de bachilleres a personas mayores, trabajadores del Hotel Los Tajibos.

Las clases se realizaban en el salón directorio, de 3 a 5 de la tarde. Solo cuando el ambiente estaba ocupado por algún evento, se trasladaba al alumnado a otro ambiente.

“Era como cualquier otro colegio, hacían sus ferias, actos cívicos, recordaban fechas históricas… Alguna vez yo tenía que re-encaminarlos, porque no fue fácil para ellos volver a abrir sus libros”, cuenta Egüez. Es que habían dejado los lápices décadas atrás o estaban recargados con el trabajo y el cuidado de su familia. Esa era la situación de Santos que, en algún momento, decidió retirarse a medio camino, pero los ánimos de los compañeros, jefes y ejecutivos del hotel pudieron más.

Las tareas de la escuela se compartieron con las tareas del trabajo. Así, Carlos Caprirolo utilizaba su puesto de portero para ponerse al día en sus labores; o bien, Maribel Moscoso daba tregua a sus herramientas de limpieza para prepararse. “Lo que me sostuvo fue hacer ver a mi hija de quince años que, con esfuerzo, todo se puede en la vida”, indica Maribel.

La graduación no fue para nada diferente a los actos que los mejores colegios de la ciudad realizan en el Centro de Convenciones del Hotel Los Tajibos. La promoción no solo tenía un presidente, sino tenía un nombre propio: Unión y Progreso. Algunos graduados desfilaron con sus esposos o esposas, algunos con sus padres, algunos con sus hijos. Todos se acercaban a los ejecutivos del hotel para manifestar su gratitud.

Algunos comenzaron una carrera universitaria. Es el caso de Miguel Parada y María Salazar, que ahora son estudiantes de Derecho. Otros ascendieron en sus cargos.

Santos inició una nueva lucha, esta vez contra una maraña de enfermedades, que finalmente terminaron derrotándolo. Su cuerpo descansa en el Cementerio de La Cuchilla, pero su recuerdo queda en la mente de quienes formaron parte del innovador centro de enseñanza. Él fue el lavaplatos a partir de quien inició la Escuelita.

 

Esta crónica se elaboró en el marco de la Maestría en Comunicación Periodística UEB-UNESCO.

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