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Es 8 de abril de 2020, los fuertes vientos azotan las ventanas del tercer piso de una habitación que ya no está solitaria, sino que existe una compañía constante; hay silencio en las calles y por ratos aparecen sonidos de pedales de bicicletas que recorren de un lado a otro hasta las 12:00 del mediodía.

Desde que empezó la cuarentena hay pánico en las personas por el número de muertos que produjo el virus, y aún más cuando se elevan los contagios; pero pese a eso hay personas que no logran entender las razones de no salir de casa o salir cuando el número de carnet sea cómplice del día propuesto por el gobierno. Lunes para los números que terminen en 1 y 2, martes para el 3 y 4, miércoles para el 5 y 6, jueves para el 7 y 8, viernes para el 9 y 0,  para que todas las personas puedan adquirir alimentos.

Al fin logro levantarme por completo y me dirijo hacia el baño para tener una ducha, al mirarme al espejo veo un decaimiento, pero no es algo profundo sino algo físico, pues siento una ligera emoción al tratar de encubrir una ojera recordando lo que pasaba hace un mes y cómo me levantaba para ir a la universidad.

Hoy es miércoles y faltan alimentos en casa. Mi carnet termina en 6 y por lo tanto podré salir los miércoles. Y así es como empieza esta aventura.

Un sonido fuerte a las seis la mañana hace que mis tímpanos retumben y me despierten. Me siento al borde de la cama a pensar en nada, durante unos cinco minutos mientras el ojo derecho se me quiere cerrar debido a una serie de Netflix que me entretuvo hasta tarde.

Después de vestirme entro a la habitación que está cerca a la puerta de salida. Esa habitación fue habilitada para recubrirse ciertas áreas del cuerpo, ya que se sabe muy bien, que el coronavirus puede transmitirse mediante un estornudo o un saludo de manos y que su habitad está en el suelo por lo pesado que es; por estas razones agarro un barbijo, seguidamente de los guantes de látex y no podría faltar las bolsas de plástico atadas a los pies.

Y llega el momento de salir, parece que se cumpliría la predicción que tuvo la película “Los Vengadores”, cuando el villano Thanos hace desaparecer con un chasquido de dedos a medio universo, pero así como en la película hay superhéroes que logran destruir al villano, nuestros superhéroes se encuentran en este momento en los hospitales; el equipo de salud haciendo todo lo posible para que las personas se recuperen; y otros superhérores también se encuentran en las calles, son los militares y policías que cubren cada perímetro de la ciudad protegiendo a las personas.

Partimos desde el Cuarto anillo de la Roca y Coronado, sabíamos que el camino por recorrer era largo, pero con la mochila puesta y con las ganas de caminar, emprendemos la marcha. Al caminar llegaba un cierto temor pero eso paraba al saber que la compañía que tenía era muy buena, mi madre, que se preocuparía por la lista de alimentos y el monto de dinero.

Llegamos al tercer anillo interno de la Roca y Coronado, está algo tranquilo, pero no se me perdía el temor de que el virus entre a una zona de mi cuerpo. De un momento a otro escuchamos un sonido que nos alegró el día, pues un taxi rondaba por el lugar y justamente para transportar a las personas hacia los mercados. Subimos al vehículo y le explicamos que la meta era el mercado Abasto.

El conductor eligió rutas para que no haya una intercepción por alguna patrulla rodante, después de ciertos minutos llegamos sin novedad alguna al mercado. En ese mismo instante llega un sentimiento de ansias que nos lleva a apresurar los pasos, y entramos a la zona de abastecimiento, observo y lanzo el comentario: hay harta gente. Mi madre sabía que esto iba a pasar.

Seguimos nuestro camino en busca de carne, y ahí es donde pasa el primer incidente, puesto que una señora que no tomaba ningún tipo de precaución llega a manosear el fileteado de carne que se encontraba en la bandeja de la vendedora de carne; sabiendo que estamos en un tiempo de lucha contra un enemigo contagioso que ni si quiera lo podemos ver, y aun peor, después de realizar este acto irresponsable no compra esos filetes ya palpados. En ese mismo instante escucho una exclamación que viene cercana a donde estaba parado: ¡Señora, no manosee la carne, cuidémonos por favor! ¡Casera no dejes que hurguen la carne así!, pues era mi madre, al ver semejante atrocidad le llegó el coraje y exclamó de esa manera. Después la casera solamente le dijo que la gente no entendía, pese a todo lo que estaba sucediendo.

Era claro, hay dos tipos de personas en el mundo, las que obedecen y acatan las reglas, y a las que no les importa nada y prefieren enfrascarse en su terquedad.

Al voltear me doy cuenta que existen muchas personas a las que no les importa nada, pues resulta que varios vendedores también estaban peleados con los instrumentos de protección.

Es lamentable como a muchas personas no les interesa esta situación. De esta manera terminamos las compras y saliendo del mercado pudimos ver que había vehículos que estaban autorizados para llevar a las personas. Cargamos las bolsas que llevaban los alimentos y al entrar al coche, a diferencia de otros, el taxista nos desinfectó por completo, con un preparado especial dentro de un tamizador.

En una ruta conocida volvimos a casa, al descargar los bultos me llegó el recuerdo de realizar un trabajo para la materia de Fotografía, pues era documentar todo lo que hacía en la cuarentena, saqué unas cuantas fotos y con el silbido de mi madre volví a entrar al frasco contra contagios.

Una de las partes más cansadoras también va por el lado de desinfectar cosas, el instrumento de ahora es la secadora caliente, así fue con cada cosa y concluyendo ese arduo trabajo llega el turno de desinfectarse personalmente, otra buena ducha con el jabón de coco que desinfecta.

Espero que esta travesía poco a poco se termine y que esta cuarentena sea finalizada, espero que al leer esto en un futuro próximo, solo sean recuerdos y que pueda contar este sufrimiento a una nueva generación. Hay que tener fe en la única respuesta que podemos tener y confiar en que esto es una experiencia más.

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