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La medicación ayuda a los pacientes a equilibrar sus estados de ánimo y a superar la barrera de prejuicios que les dificulta trabajar normalmente y hasta encontrar el amor. 

 

– Son pocas las personas que se animan a hablar de esta condición. La sociedad cruceña aún no la comprende. Las familias tienden a confundirla con mal carácter, flojera o simple ‘chantaje emocional’ para conseguir cosas fácilmente.

“Este clima está tan bipolar como yo”, comentó Jimena Lora, y una compañera de trabajo se quedó preocupada. Al día siguiente, la compañera le dijo:

– Quiero hablar con vos.

– Claro, de qué se trata.

– ¿A vos te gustan las mujeres?

– No, ¿por qué?

– Porque ayer dijiste que eras bipolar.

Este perfecto chiste muestra hasta qué punto se desconoce la enfermedad en nuestro medio. En su consulta, la siquiatra Alexandra Terrazas escucha con frecuencia que los familiares desvirtúan esta enfermedad: “Es mañuda”; “Es chantajeadora”; “Quiere manipular”. Así se refieren a las oscilaciones del humor que caracterizan al trastorno bipolar. Los pacientes tampoco llegan fácilmente al diagnóstico. Es común pasar por tres o cuatro médicos antes de ir al siquiatra. Generalmente, se acude al siquiatra cuando la persona tiene síntomas depresivos: tristeza, desgano, ausencia en el trabajo o en la escuela. Es frecuente que dejen de asearse o siquiera de ordenar su cuarto. Cuesta reconocer que se trata de una incapacidad para regular los estados de ánimo. Las emociones –aclara Terrazas- están reguladas por varias áreas del cerebro y por sustancias neuroquímicas como la serotonina y la dopamina.

Cuando las familias se enteran de que uno de los suyos tiene bipolaridad, se inicia una especie de duelo. Los parientes pasan por episodios de tristeza y rabia hasta que finalmente van entendiendo que se trata de una enfermedad crónica, como la hipertensión o la diabetes.

Poco a poco, tanto los familiares como los pacientes van comprendiendo que hay momentos de euforia y momentos de depresión. Cuando estaba eufórica, Jimena planeaba saltar en paracaídas, quería embarcarse en viajes y elaboraba mil proyectos. Claudia Salvatierra tenía ensoñaciones de grandeza y se veía como la protagonista de un gran estilo de vida. Tanto Claudia como Jimena mencionan que hablar mucho y muy rápidamente –la verborrea- es una de las características de esta fase, que suele llamarse maniaca. “Hablan de cosas brillantes, pero desordenadas. Les cuesta terminarlas”, explica la siquiatra Terrazas.

En la fase depresiva, los pacientes tienen ideas suicidas, ansiedad, apatía, sensación de vacío o somnolencia y, paradójicamente, también falta de sueño. Poco a poco, fueron conociendo su enfermedad y sus estados de ánimo.

Lo que aprendieron

Pareja y trabajo. Son palabras duras: “Ay, Claudia, si usted no fuera un poco malita y algo loquita, me casaba con usted”. Jimena suele –o solía- desarrollar una especie de obsesión por pasar tiempo con una persona determinada. Eventualmente, llegaba el rompimiento. Pero no tiene que ser siempre así. El siquiatra Guillermo Rivera y su colega Alexandra Terrazas dicen que una persona puede tener una vida normal. “He visto gente que tiene vidas maravillosas, pero con el apoyo de la familia, la responsabilidad de la persona y el tratamiento profesional adecuado”. Jimena conoció a un compañero que sabía alejarse cuando era necesario y acercarse cuando ella lo necesitaba. También la acompañaba a las sesiones, durante el tratamiento.

Cómo elegir al médicoA mediados de 2007, Claudia tomaba litio, uno de los primeros medicamentos que se recetaron en el mundo para equilibrar las oscilaciones de ánimo. Así, mal medicada, llegó a su primer intento de suicidio. Después fue pasando por una serie de terapeutas hasta que encontró el profesional adecuado, la dosis correcta y la combinación de medicamentos que la mantiene en equilibrio. “El éxito de una persona está en encontrar el tratamiento y el doctor adecuado”. El litio le afectó la visión de un ojo, pero ahora sus emociones están más equilibradas. Por eso, insiste: “Es como elegir a un amigo íntimo o tu pareja. El médico tiene que compenetrarse en tus opciones de vida”.

Claudia y su terapeuta encontraron los medicamentos que la mantienen en equilibrio. Pasó por cinco médicos antes de ser diagnosticada.

La contención familiar. En el caso de Claudia, el amoroso abrazo familiar estuvo ausente al principio. En la casa no entendían su condición y se sentía amenazada por sus hermanos. Ahora, la situación ha cambiado. Los fines de semana han vuelto a ser invadidos por las risas y las charlas distendidas. Esto la relaja y la ayuda a mantenerse estable. Jimena siente que sus sobrinas le lanzan un salvavidas cuando se siente deprimida y ellas le comentan “Tía, ¿y ahora qué va a pasar con vos?”. Ella siente que es un ejemplo y por lo tanto, hace lo posible por reconducirse y salir. Ojo, no se trata solo de la voluntad, porque al ser una condición biológica, las fluctuaciones de carácter no dependen de las ‘ganas’ de la persona. Enfática y segura Claudia dice: “El apoyo familiar es lo que uno más necesita”.

En ocasiones, cuenta Rivera, la familia impide que se tomen las medicinas por miedo a que pase algo con el paciente. “La persona comienza a dudar hasta de la palabra de su terapeuta”, lamenta el siquiatra.

Así ama un bipolar (Testimonio)

Zonas de refugio. Claudia recurrió a los grupos de oración. Ahí aprendió a perdonar. El perdón la liberó y siente que su madre y sus demás familiares también la han perdonado. Jimena recurrió a la cultura. Lee, ve películas y baila. “Si hay algo que puedo aconsejar, es que se refugien en una pasión”, afirma Jimena. Sí, el trabajo puede ser estimulante y contribuir a estabilizar las emociones, pero ella se refiere a algo que se pueda hacer cuando no se está cumpliendo un horario laboral.

Cuidar los gastos. En los momentos de euforia, una persona con trastorno bipolar puede llegar a dilapidar el dinero. Compra cosas que no necesita o quizá trabaje obsesivamente en algo que no le reportará muchos beneficios, llevado por su apasionamiento. Resulta práctico, como hizo Claudia, usar una tarjeta que requiere la autorización de otra persona –en este caso, su mamá- para retirar fondos. “Es así. Es la única manera”, comenta.

La discreción. Si las personas bipolares están bien tratadas, pasan desapercibidas. “Ante el escrutinio social, es mejor no hablar de eso. Si me lo preguntan, no tengo la obligación de contestar”, dice Claudia. No solo en los centros laborales se tiende a mirar mal a quienes padecen el trastorno. “También discrimina el novio o la novia, pensando que puede pasar el problema a los hijos”, explica Rivera. Sin embargo, la enfermedad no se hereda. Sí, puede haber una predisposición genética. Los hijos de padres bipolares tienen más posibilidades de que se desarrolle la enfermedad, pero no significa que necesariamente la padecerán.

Ser madre, ser padre. “Una de las cosas que me dijeron y que aún estoy procesando es que nunca voy a poder ser una madre normal”, comenta Jimena Lora. Algo similar le dijo un profesional a Claudia Salvatierra. Sin embargo, es posible llevar una vida normal con el trastorno. “Si no cumple con su medicación o no tiene un diagnóstico, sus vidas serán más azarosas”, comenta Guillermo Rivera. La mayoría tiene claro lo que quiere: estabilidad. Una vida normal que se resumen, en palabras de Claudia, en una casa, un auto, una pareja e hijos. No pide más.

Jimena recurre al arte, la cultura y el baile para canalizar su energía y ayudar a otros

Los tratamientos. Los pacientes con bipolaridad comparten síntomas pero no se parecen. Sus fases depresivas o maniacas pueden variar en intensidad. También pueden desencadenarse cuando hay algún evento personal doloroso o extremadamente alegre: un divorcio, la muerte de algún ser querido, un ascenso en el trabajo, un nuevo noviazgo. Los episodios pueden durar, como en el caso de Jimena, desde días hasta meses. Por eso, según Rivera, la tendencia actual consiste en personalizar los tratamientos. No se puede prescribir litio o benzodiacepinas a todos por igual. A algunas personas se les puede frenar las crisis, pero estimular la obesidad y crear otro problema; a otras les pueden empezar alergias. “Hay que adaptar el tratamiento al paciente; el paciente no se debe adaptar al tratamiento”, comenta el siquiatra.

El diagnóstico. Cuando los pacientes llegan a la consulta de Alexandra Terrazas, lo hacen porque están en una fase depresiva. Es lo más común. Rara vez comentan que ese episodio empezó hace meses y que todo empezó hace mucho tiempo. Por eso, la consulta debe ser acuciosa. En todo el día, cada uno de los ocho siquiatras del centro de salud ‘Blanca Añez de Lozada’ atienden hasta seis pacientes. No es raro que algunos hayan pasado años con la enfermedad sin ser diagnosticada. Y si fue diagnosticada, quizá su medicación no ha sido la correcta.

Así es un centro de salud mental por dentro

La seguridad social. Si una persona con trastorno bipolar no recibe tratamiento, ¿queda discapacitada? Rivera afirma que, según el grado de afectación, el paciente se debería beneficiar de atención y medicación gratuitas en centros públicos. Podría hasta recibir un carné de discapacidad. Alexandra Terrazas, en cambio, se pregunta: ¿Es discapacitante la diabetes? Como la diabetes, la bipolaridad puede ser controlada. Los pacientes pueden llegar a ser internados, pero, según Rivera, no hay camas para pacientes siquiátricos en Santa Cruz. En Potosí, La Paz y Cochabamba sí las hay. Esto, pese a que en Santa Cruz, según datos del hospital Benito Menni, hay unas 80.000 personas que pueden padecer la enfermedad (la incidencia está por encima del 2%).

La disciplina personal. Claudia y Jimena se analizan constantemente. Jimena resume brillantemente sus estados de ánimo: “La melancolía es como un día nublado; la tristeza es como una lágrima. En cambio, la depresión es como querer morir”. Ambas saben que deben dormir, en lo posible, ocho horas. En las fases ‘altas’, Jimena puede pasar tres días sin dormir y eso exacerba los síntomas. Recurre a la meditación para conciliar el sueño y, cuando siente que su mente debe descansar, ocasionalmente recurre a una pastilla. Ambas evitan el café y las gaseosas, porque resultan muy estimulantes. Aman el trabajo, pero saben que no deben estresarse demasiado. Trabajan mejor cumpliendo proyectos que cumpliendo un horario. Todo eso evita el estrés, que predispone la aparición de las crisis.

Tienen algo en común: les gusta ayudar a otros. Claudia, que es comunicadora, ha organizado charlas sobre el tema y Jimena, además de ser instructora de baile, impartió talleres sobre su especialidad, que es el cine (hizo una maestría en España). Ambas tienen una percepción muy clara de sí mismas, lo que muestra un disciplinado trabajo interior.

Son muy inteligentes y saben que su enfermedad puede ser controlada. La que aún no sabe qué hacer es la sociedad cruceña, que aún se fija mucho en las apariencias ha empujado a los pacientes con bipolaridad a soslayar el tema. Puesto que ninguna sociedad puede darse el lujo de prescindir de personas tan talentosas, es momento de llevar adelante las inquietudes de estas dos mujeres: organizarse para informar y vencer los prejuicios.Ø

Entrevista

Alexandra Terrazas. Siquiatra. Centro de Salud Mental ‘Blanca Añez de Lozada’.

“Las familias quedan consternadas”

Un gran porcentaje de familias en la consulta diaria de esta especialista no le da importancia a las enfermedades mentales. Muchas consideran que es una ‘maña’ para obtener cosas con facilidad. No reconocen la enfermedad.

-¿Como suelen referirse los familiares al trastorno bipolar?

No lo reconocen con ese nombre. Dicen que tiene depresión, que es flojo, no se levanta, no quiere estudiar. Eso, cuando cursa con episodios depresivos.

-Y cuando la enfermedad ya está diagnosticada, y la familia parece comprenderla, ¿suelen dar apoyo?

Inicialmente a la familia uno la ve consternada, no entiende. Ahí hablamos de sicoeducación, que es educar acerca de la enfermedad que está teniendo la persona. Es importante hacer que la familia cercana lo vea de la manera más natural posible. Son enfermedades con las que uno puede vivir, como ser diagnosticado con diabetes. Lo mismo sucede con el diagnóstico del trastorno bipolar.

-En el trabajo, es donde más tienen problemas estas personas? Si es discapacitante, ¿permite la ley que accedan a un carné de discapacidad para recibir apoyo social?

Ese es un tema complejo, porque en realidad ¿es discapacitante la diabetes? ¡Es una enfermedad! Puede ser controlada, puede ser tratada. Hay enfermedades que son leves, otras son agresivas y otras moderadas. Un paciente con trastorno bipolar puede estudiar, trabajar, tener familia, siempre y cuando haga su tratamiento como debe ser e implemente los cambios en su estilo de vida. Puede salir adelante y tener una vida normal.∅

Aquí, el video de la entrevista.

 

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