-Mi único vicio fueron las mujeres. Me gustaban mucho.
Andrés Molina confiesa esto como si haya ocurrido en otra vida. Cuatro décadas antes, Andrés tuvo un fugaz matrimonio de cuatro años con Lutty, la mujer que le fue infiel y con quien tuvo dos hijos. Hoy Andrés viste una sotana y lleva un crucifijo porque el Papa le dio su venia para convertirse en sacerdote.
-Me costó perdonarla. La extrañaba.
Andrés, el hombre, no el cura, lloró el abandono de su esposa.
***
-Mi vida dio un giro inesperado al convertirme en un sacerdote. Estaba señalado para esto. Cuando Dios dispone, no hay poder terrenal que cambie el destino.
Su historia religiosa se inició en la década del 70. Un día, caminaba sin rumbo por las calles cruceñas, llorando porque su esposa Lutty lo había traicionado.
-Mis pasos me llevaron a la iglesia La Mansión de Santa Cruz.
En ese templo católico, este hombre de mediana estatura, con algunos kilos de más, ojos negros y rasgados, de voz fuerte, acento camba, vestido como un hippie y en la total soledad, recibió un mensaje del Padre Chris: «Tú tienes vocación para ser sacerdote».
Andrés, ex soldado combatiente contra el Che Guevara, mecánico dental, estudiante de la carrera de Derecho, casado y abandonado por su mujer, se rio y dijo:
-Este cura está loco.
Y se marchó de la iglesia.
Andrés Molina recibió el mismo mensaje tres veces durante varios años.
-La última vez, ya no me escapé y escuché al Padre Chris. ¿Por qué yo, un hombre que sufría por una mujer, podía ser cura? Realmente todo fue como volver a nacer.
Calla y se emociona al borde de las lágrimas.
Su caso fue analizado en el Vaticano durante cinco años. El Papa Juan Pablo II le concedió el indulto, que significa la anulación de su vida matrimonial por la iglesia. La resolución del indulto constaba de 20 artículos. De estos 20 artículos, uno fue el más difícil de asimilar.
-Es la renuncia a mis hijos y a todo miembro de mi familia. Nadie puede buscarme, salvo una emergencia. Esto, por normas internas de la Iglesia Católica. Ahora mi vida gira en torno a Dios. Por eso digo que estoy casado con la iglesia.
Andrés recibió la noticia del indulto, enviado desde el Vaticano, a través del padre Daniel, uno de los sacerdotes más antiguos de la iglesia y su mentor.
-Aguardé paciente la resolución del Vaticano durante cinco años en el noviciado de Cochabamba. Estaba nervioso pero feliz al mismo tiempo. Mi vida había cambiado.
El de Andrés es el primer caso de un hombre que renunció a la vida mundana para ser un cura en Bolivia. Es una historia contraria a la de muchos sacerdotes que colgaron la sotana para casarse. Según la cadena de noticias Telemundo y de acuerdo a registros de la Iglesia Católica, en los últimos 30 años, más de cien mil curas contrajeron matrimonio. Cien mil sacerdotes dejaron la fe y la sotana por una mujer, mientras Andrés intentaba anular su matrimonio para seguir el camino opuesto.
***
Andrés Molina Eamara es huérfano. Tuvo una infancia dura, sin una figura materna ni paterna. Fue único hijo. Nació en Riberalta, en el departamento del Beni, en una vetusta y estrecha cocina. Su madre Arminda Eamara Bruno, de ascendencia brasilera, fue muy pobre y solo recibió el auxilio de una partera del pueblo cuando él nació.
-¿Y su padre?
-No lo conocí, se hizo chinga tu ojo, se fue ….y no supe más de él.
Al sacerdote solo le quedó como herencia el nombre y el apellido de sus progenitores. A los 6 meses Andrés fue derivado por las autoridades a un albergue para menores.
-Mi padre mató a golpes a mi madre. Quién podría olvidar un hecho así…
Se crió en un hogar para niños desamparados bajo el cuidado de un cura.
-Yo no sabía rezar, era muy travieso, me escondía cuando los demás niños oraban.
Estuvo internado hasta ser adolescente. Después, la vida le deparó otro destino jamás imaginado.
-A los 17 años fui al cuartel. Era un soldadito en un momento importante de la historia del país. Me tocó ir tras los pasos del Che Guevara.
Luego viajó a Porto Belo, Brasil, donde trabajó haciendo de todo, incluso en calidad de peón. Así logró costear sus estudios como mecánico dental.
Al retornar al país, Lutty y Andrés se conocieron en su querida Riberalta, la tierra natal de ambos.
-Éramos felices. Cuando la vi, sabía que iba a ser mi esposa. Ella solo tenía 16 años cuando nos casamos. Ni el colegio terminó. Con lo único que terminó fue con nuestro matrimonio.
Luego, alzando la voz, dice:
-A Lutty no le faltaba nada. Incluso yo trabajaba los fines de semana haciendo extras. Así logré comprar nuestra casa.
Andrés habitualmente habla casi a los gritos pero, cuando recuerda a sus hijos, su voz se debilita y adquiere un tono melancólico.
-En ese hogar nacieron mis hijos. Eran hermosos. Llenaron de luz mi casa en ese momento. Parecía que mi matrimonio iba a ser para siempre.
Pero un día, Lutty, la madre de sus hijos, le dijo:
-Voy a viajar a Brasil, a ver a mi hermana.
Y se marchó.
Después de un par de semanas, Andrés viajó para el reencuentro familiar. Pero ya su mujer lo había engañado. Andrés admite cierta culpa.
-¿Por qué?
-Me gustaban mucho las mujeres, más si eran jóvenes.
Y sonríe con el rostro colorado, agachando la cabeza. Entonces se sienta en un banco al lado del jardín de la iglesia.
-No sé si usted me entiende. Qué iba a imaginar yo que me convertiría en un sacerdote. Todo parece un sueño. Estoy muy consciente de lo que soy ahora y tengo mucho respeto por la iglesia.
Tras su divorcio, se trasladó a Santa Cruz porque quería ser abogado. Estudió durante siete meses en la Universidad Gabriel René Moreno. Paralelamente trabajó embolsando pastillas en la empresa de caramelos Watts y así se mantuvo.
*****
Andrés, el padre Andrés, fue sometido a una operación de la próstata hace cinco años. Su ex esposa y sus hijos lo buscaron desesperados y acudieron a la iglesia La Mansión.
-Pensaban que iba a estirar la pata, que iba a morir. Hasta ahora no sé cómo se enteraron, saben que no pueden buscarme y respetan esa norma de la iglesia. Pero fue breve la visita, solo los vi en el confesionario tras mi recuperación.
Recuerda que, cuando dejó el hospital, su ex esposa y sus hijos, Edgar, médico de 36 años, y Henry, ingeniero en sistemas de 34, pidieron confesarse con él.
-Fue una sorpresa… Sí que fue una sorpresa.
La madre de sus hijos entró primero al confesionario. El presente se unió con el pasado
-¿Qué sintió al tener a su ex esposa frente a frente y en un confesionario para hablar de sus pecados?
-Nada, soy un siervo de Dios y frente a mí estaba una mujer de la tercera edad, madre y abuela, que buscaba confesarse. Es como si todo hubiera ocurrido en otra vida.
En la actualidad no sabe nada de sus hijos. Dice que no es que no le importen. Los lleva en el corazón, pero con otro sentimiento.
-¿Cómo es ese sentimiento?
-De amor al prójimo. Pero yo rezo por ellos, donde quiera que estén. No tengo números ni llamadas que registrar.
El padre Andrés destapa una cafetera en la cocina de la iglesia. Espera encontrar agua, no hay, termina bebiendo del grifo. No tiene tiempo para esperar que hierva el agua, debe hacer su trabajo de sacerdote.
-Va a disculpar, ya no puedo atenderla. Tengo que visitar a un enfermo en un hospital. Otro día seguimos platicando, son casi las 4 de la tarde.
*****
Las jornadas del padre Andrés comienzan a las 3 de la madrugada. Se levanta reza, realiza su aseo personal. Su habitación es una pieza muy austera, con una cama y un televisor que casi siempre está apagado. En la mesa están su Biblia y algunos libros de teología. Al lado de la mesa está su sotana. Dos fotografías colgadas en la pared, las observa todos los días. La primera es un regalo: una imagen trabajada en photoshop en la que virgen de Guadalupe lo está abrazando. «Es mi madre», expresa. La segunda fotografía es de los padres Daniel y Chris, sus mentores, ambos fallecidos.
*****
Andrés se va rápido, sonriente . Los fieles lo esperan para escuchar la primera misa del día.
-Dicen que somos curas raros porque cantamos, bailamos, reímos y rezamos.
Andrés Molina es, en la actualidad, el padre superior de la iglesia La Mansión, cargo que le fue designado por la máxima instancia de la Iglesia Católica. Su cargo es similar al gerente de una empresa.
Doña Clara Menacho, devota de la iglesia, dice que él es una persona muy carismática, sobre todo cuando se presentan hechos inesperados. Un día dejaron un extraño envoltorio debajo del altar religioso. «Parece que era brujería», comenta. Pero el padre Andrés solo se rió y restó importancia al hecho.
Quienes asisten a una celebración litúrgica del padre Andrés comparten experiencias entre fe, risas y llamados de atención. El líder religioso habla fuerte, hace gestos y remeda, en algunos casos, a hombres infieles que buscan el perdón de sus esposas con la intervención del cura. Su predicación está llena de bromas y cuenta anécdotas.
Mientras habla, levanta su sotana, muestra los zapatos y confiesa:
-Me aprietan, pero me sirven mucho cuando llueve y voy a predicar lejos de la ciudad.
Ya casi al final de la liturgia, en el momento de las ofrendas, dice:
-El ruido de una moneda de cincuenta centavos es claro. Solo hace un ‘tin’.
Y con un gesto, doblando los labios y agarrando su oído derecho, expresa:
-No estaría mal si tienen un billetito extraviado por ahí. Serviría para el pago de servicios básicos y mantener la iglesia.
Todos ríen. Luego, da la bendición, recoge su Biblia y se va tarareando un canto de alabanza. Dice que le espera una larga jornada de dieta, mientras gesticula con los brazos alrededor de su figura.
-Aumenté algunas tallas. El médico ya me advirtió que mi salud está en riesgo si continúo aumentando de peso. Ahh, ¿no se nota, verdad?
***
En este templo, hay seis sacerdotes que hacen también labores de casa: lavan, planchan, costuran sus sotanas y, en cuanto a los platos de la cocina, cumplen por turnos. Pero el padre Andrés revela que se aplica el “trabajito piadoso”: cuando no tiene ganas de lavar platos, le pide a un compañero que no está de turno que lo haga por él a cambio de 5 bolivianos.
– Somos humanos, al igual que ustedes.
Luego de confesar su humanidad, su pequeño pecado de pereza, el sacerdote pregunta:
– ¿Qué día es?
-Es miércoles.
– Debo irme. Me toca lavar los platos y costurar mi sotana.
Además de costurar su vestidura, que está desgastada, manchada y rota, el padre Andrés recuerda que su cama no está tendida y se ríe de su desorden. Otro pecadillo revelado, pero ya no tiene tiempo para seguir confesándose.
-Padre, no se vaya todavía…
-Ahh, bueno, me quedo si me ayudas a lavar…
Esta crónica se elaboró en el marco de la Maestría en Comunicación Periodística UEB-UNESCO.