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Por Herland R. Vaca Álvarez

–La mañana del 11 de septiembre de 1996 comenzó el trasplante. Dos equipos trabajaron simultáneamente, uno integrado por norteamericanos y el otro por bolivianos; unos operaron a la donante (la madre) y, los otros, a la receptora (Indira). Todo salió bien. Ya era de noche cuando terminó la cirugía, la cual era seguida por televisión desde una sala preparada para ello. Al final, todos nos dirigimos al auditorio de la clínica INCOR para realizar y dar la conferencia de prensa. El primer trasplante de hígado había sido realizado con éxito en Santa Cruz. ¡Qué emoción! ¡Qué proeza! ¡Algo fantástico!

Así relata el médico Herland Vaca Diez Busch, Gordo, su segunda proeza en los trasplantes. Ya había realizado un primer trasplante el año 1992. En esta ocasión fue un trasplante renal, el cual fue posible gracias a que él mismo dispuso de 1500 dólares de sus ahorros para poder enviar hasta Brasil las muestras de sangre y saber si el donante y la receptora eran compatibles.

–Cuando telefoneé, recibí una de las mejores noticias de mi carrera: la compatibilidad era total –cuenta Gordo.

El de Mirian fue el primer trasplante de riñón con éxito que realizó el equipo del cirujano Herland Vaca Díez en Santa Cruz. Por eso fue prácticamente gratuito, aunque ella y su familia tuvieron que pedir ayuda en la televisión y en la radio a fin de reunir el dinero para cubrir el costo. Incluso, comenta Mirian, los mismos médicos que participaron se acuotaron para llevar a cabo la cirugía. El experimento fue todo un éxito, tanto que Mirian ya lleva 22 años con el riñón de Felipe, su hermano, y hasta el momento nunca tuvo problemas, aunque debe tomar medicamentos de por vida.

Ya había habido una experiencia previa en el Hospital Japonés, la cual no tuvo éxito. Para la anastomosis, en esa ocasión llegó un médico boliviano que trabajaba en España, quien llevaba más de cien trasplantes en su haber. “Pero hubo la infelicidad de que la anastomosis venosa la hizo encima de una válvula, en la vena iliaca”, cuenta Gordo. “Eso hizo que se forme un coágulo de sangre y tape la vena del riñón trasplantado. El riñón funcionó inmediatamente bastante bien, pero a las cuatro horas el paciente orinó sangre. Ahí era haberlo reabierto, pero no había las cosas que hay ahora, no había tomografías para identificar el problema”, agrega. El médico, que venía de paso, se dirigió a un congreso que tenía agendado en Uruguay. El cirujano vascular del hospital, quien debía realizar el cuidado adecuado, optó por tomar sus vacaciones que le correspondían. “Ahí me di cuenta que una institución pública no da para hacer eso. Y me dije: ‘mejor nos vamos pa’ otro lado’”, expresa con la cabeza gacha y la mirada perdida, y continúa: “Fue duro, duro. La vida es así. Uno sufre con los fracasos. Los fracasos siempre habrán, y se presentan cuando uno se anima a hacer algo”.

–¿Y solo hay fracasos en la medicina?

–No me considero un buen padre, ni buen esposo. Tengo siete hijos en cinco mujeres diferentes. Quizá si pregunta a mis hijos, dirán que soy bueno. Pero yo creo que debí ser más bueno, debí dar más –responde sentado frente a su escritorio. Tras él hay un portarretrato con la foto de su hija mayor, de 36 años, con la leyenda “Papá, eres mi héroe”.

-Pero su hija lo considera un héroe ¿sabe por qué?

-No sé la verdad, ni le he preguntado tampoco. Los hijos creen que los padres son lo máximo. Yo decía: “¿Por qué no es presidente mi padre? ¡Tan bueno que es!” (Ríe a carcajadas).

El Comité

Gordo empuña en la mano derecha un bastón de mando, el cual se lo acaba de entregar el representante de los indígenas, lo eleva sobre los hombros. Es ahí cuando la multitud puede apreciar el tallado artístico de Concepción de Chiquitos, la escarapela tricolor boliviana y no podía faltar la cruceña. Había dejado por un instante el bisturí. Está siendo posesionado en su nuevo puesto como presidente del Comité Cívico pro Santa Cruz.

Este 26 de febrero de 2011 ya no lleva la indumentaria de cirujano, la indumentaria que usa cuando se dispone a salvar vidas. La bata, el gorro, el cubrebocas y las botas quirúrgicas fueron sustituidas por un traje, camisa blanca, corbata roja y zapatos bien lustrados. Una banda de tela, con los colores verde, blanco y verde, cruza su pecho desde el hombro derecho hacia su cintura izquierda. Sobresale el escudo de Santa Cruz estampado en la mitad de la banda.

Con la misma sutileza que se necesita para hacer un trasplante, inició su trabajo para encarar una reingeniería del Comité pro Santa Cruz. Su principal meta: convertir a Santa Cruz de la Sierra en una verdadera metrópolis.

–¿Qué hace un reconocido médico incursionando en la política?

–Yo no incursioné en la política. Mi acción es cívica. Siempre actué como ciudadano. Nunca actué con la política ni me inmiscuí entre ellos. Ofertas hubo –responde Gordo, esto último mientras golpea, con la palma abierta, el muslo derecho a la altura de su bolsillo.

 

La infancia

Herland Vaca Diez Busch nació en su casa, con la única compañía de su madre, una madrugada de un jueves 9 de diciembre de 1948, a tres cuadras de la plaza principal, calle Sucre esquina La Paz. Su tía había salido a buscar un médico o partera. Tiempos en los que no había luz eléctrica y las calles eran arenales. Cuando volvió, Gordo ya estaba fuera del vientre de su madre.

–Mamá dice que nací hambriento, que su leche no me saciaba. Siempre que me recuerda, eso le digo, hasta ahora sigo igual –relata

El altillo de su casa era su espacio de diversión. Desde allí solía ver llegar a los bueyes que jalaban las carretas cargadas de plátano, yuca o maíz. Solía verlos estacionarse a media cuadra de su casa, pues en ese lugar, comenta él mismo, había un poco de pasto para los bueyes.

–Aquí ­–indica con su dedo mientras señala la entrada de su casa en una fotografía –jugábamos a la tuja de esconderse. Y adentro, en la parte de atrás, teníamos varios árboles y jugábamos a la carrera sobre ellos. Parecíamos monos sobre los árboles ­–cuenta todo emocionado mientras le brillan los ojos.

Anécdotas como esas vivió muchas en su infancia. Muchas más, durante la primaria. Época en donde todo era diversión. Pero al principio no siempre fue así. En el kínder era un niño muy tímido, temeroso de jugar con los demás. Fue gracias a su maestra que pudo integrarse al grupo y demostrar sus aptitudes en el juego.

–Me hizo jugar y tal vez vio una serie de aptitudes que permitieron participar del tradicional juego palo encebau. Recuerdo que en una fiesta, en el estadio, ahora denominado Ramón Tahuichi Aguilera, me subí, llegué hasta la punta y desprendí un montón de premios, que disfrutaron quienes estaban abajo –cuenta Gordo, recalcando que aquello le era fácil pues siempre jugaba en los árboles, como mono, cruzando de un árbol a otro.

Esperaba con ansias el acostumbrado paseo anual al río Piraí, donde todos, maestra y alumnos, caminaban hasta la orilla del río, se instalaban en la arena y se divertían jugando en ella, algunos corrían directo a jugar en el agua: “Era un acontecimiento muy esperado porque se compartía con los compañeros y la maestra. Se jugaba, nos bañábamos, todos ayudábamos a preparar el locro de gallina”, relata Gordo.

–¿Y cómo era el ambiente en su casa?

–Yo creo que bueno. Yo recuerdo lo que me contaba mamá. Que mi abuelo era médico y que mi tío Gustavo le ayudaba. Me contaba que mi abuelo tenía una buena relación con los indígenas, los defendía. Se peleaba con los manda más (los patrones) de Concepción, porque en ese tiempo el trato a los empleados era esclavizante. En ese tiempo había penas y castigos, con los cuales mi abuelo no estaba de acuerdo. Mi padre también siempre fue un tipo modesto, humilde, nunca discriminó, siempre luchó por la inclusión, por el respeto de la vida. Tuve la suerte de vivir en un ambiente así. Eso me ayudó como persona y eso practiqué en el Comité.

 

Sociedad imprudente

Gordo, desde la secundaria se interesó por la lectura, la biografía de grandes personajes, libros de autores prestigiosos. Considera que la sociedad es próspera si forma buenos profesionales. Cuando hay buenos profesionales, hay un compromiso hacia su sociedad con comportamientos éticos en beneficio de la misma.

–Pero los profesionales y los empresarios de Santa Cruz se degeneraron. No hay un compromiso social en ellos. Solo actúan para figurar. No tienen vocación ni apostolado hacia su tierra. Admiro a quien defiende su sociedad, su comunidad. Así hay más desarrollo. Y desarrollo es educación y salud: el acceso a eso es importante –concluye este comentario citando la frase del filósofo y político Nicolás Maquiavelo: “toda ciudad próspera que no busca todos los elementos de su seguridad y defensa, es una sociedad imprudente”

–¿Por eso está apostando por incursionar en la Academia de Ciencias?

– Claro que sí. Yo leí desde mi segundo año de medicina a Mario Bunge, quien hace críticas a la educación iberoamericana, a la que le falta de producción intelectual. Y ¿dónde se gestan las producciones? En las universidades, en las instituciones. Sin gente que sea capaz de investigar, de producir conocimiento, no hay progreso. Y nuestra sociedad necesita producir más.

 

Parafraseando a Mario Bunge, la ciencia, lejos de ser un lujo, debe promoverse en el interés de la maduración de la sociedad, no de unos pocos. Gordo optó por fusionar la medicina con el civismo: “Así como la célula es una unidad anatómica y funcional del organismo, la familia es la unidad anatómica y funcional de la sociedad”, mencionó en una oportunidad.

Este texto se elaboró en el marco de la Maestría en Comunicación Periodística UEB-UNESCO.

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