Texto: Martha Paz – Videos: Ariel Cabrera
Consensuemos primero que la fotografía es arte. Y convengamos también que en el arte moderno ya no necesariamente se valora el virtuosismo o capacidad técnica del artista, sino la propuesta provocadora.
Es con esa falta de respeto a la máquina, a la técnica y a las ideas que el artista Roberto Valcárcel hace clics. La cámara fotográfica es para él una herramienta más de trabajo: la compra, la usa, la golpea, la deja caer, se la roban, la reemplaza por otra…
“No siento idolatría por mi cámara, no me obsesiona si es Nikon o Canon. El aparataje fotográfico, que para otros es un fetiche, para mí es como un lápiz, como un pincel; es simplemente la continuación de mis ojos y de mis manos”, dice.
La concepción utilitaria de la cámara la aprendió en Alemania, cuando estudiaba arquitectura y arte en los años ’70 y le llamaban ‘el hombre de madera’ porque una vez le dijeron que componga un cubo descubado de barro y él decidió hacerlo de madera.
Lo convirtieron entonces en ayudante de cátedra de escultura y su labor consistía en sacar fotos de los trabajos producidos por sus compañeros, miles de fotos por día. “Ahí fue que la cámara se volvió tan familiar para mí”.
Una vez tomada la fotografía, hay varias opciones para Roberto Valcárcel.
Una de ellas es que le sirva en su proceso creativo de montar una obra artística. Por ejemplo, “le saco foto a un boceto de retrato que quiero pintar; lo photoshopeo con colores, fondos, bordes; aplico eso en el lienzo; este lo vuelvo a fotografiar, lo vuelvo a photoshopear; pinto nuevamente el lienzo”.
Otra opción es trabajar con la misma foto, pero interviniéndola: tarjándola, tiqueándola, recortándola, pegándole elementos. No es una fotografía intocable.
Y una tercera posibilidad es armar exposiciones fotográficas, con fotos no necesariamente en papel sino traspuestas a calamina, a madera, a lienzo, con serigrafía de por medio, pincel o dibujo a lápiz.
Como el resto de sus obras, estas exposiciones responden a una intención provocativa: generar emociones para, a su vez, generar cuestionamientos, pensamientos y procesos cognitivos.
ValCárCel, como a él le gusta escribir su apellido, expuso hace poco fotos de sus zapatos de marca, coloridos y juveniles, para sugerir los conflictos por edad que tenemos todos cuando empezamos a ponernos viejos.
Expuso cuadros sin dibujos pero sí llenos de textos como ‘Pintura con tema social para tener en la sala y acallar la conciencia’, criticando a quienes en su casa ostentan obras de arte que no entienden.
Armó una exposición de retratos de víctimas de dictadura, con rostros deformados por tanto protestar; también de militares, con rostros deformados por tanto gritar y ultrajar. La denominó ‘Esto no es una obra de arte’.
Tiene una colección de fotos de casas con rostros. La tiene también de cajoncitos llenos de ñañacas. Fotografió robots. Le creó pene a Mickey Mouse. Tiene fotos de ovnis y extraterrestres.
Cada quien puede interpretar esas exposiciones a su manera. Lo importante, en todo caso, es que las fotos interpelen a las personas. “Quiero cuestionar a esta sociedad zombie, quiero despertarla, molestarla… No es que yo quiera proponerle la alternativa; quiero que cada uno piense en su alternativa. Quiero ayudar a relativizar la realidad porque no creo en las categorías fijas”, asegura.
ValCárCel trabaja, por tanto, en lo que se llama la función expresiva y poética del lenguaje, aquella que, mediante la metáfora, pretende generar un efecto psicológico en las personas, cuestionando y sugiriendo otra visión del mundo.
Esa postura ideológica de la fotografía que apoya un discurso político la tomó también de la estética fotográfica alemana. Allí aprendió que todo comunica. “No es lo mismo una pared blanca de cemento que una pared de ladrillo visto o que paneles de madera. Por eso el artista debe saber cómo comunicar”.
Allí aprendió asimismo no solo a armar cubos descubados, sino esferas desesferadas y fotos no fotos. El hacer cosas diferentes es lo que más exige a sus alumnos. “¡No me aburras!”, es una de sus frases más mencionadas en clases. Quiere fotos que no sean para adornar. Quiere fotos que propongan temas. Quiere fotos creativas en fondo y forma.
Y la única manera de lograrlo, según él, es trabajando la creatividad y fomentando la libertad. Como representante oficial en Bolivia de la Escuela Creativa Internacional, título honorífico que le dio uno de sus maestros alemanes, cumple con su tarea de luchar contra la normalidad.
Ya que para él todos sus alumnos son artistas, pide que trabajen, no como las abejitas, las ovejitas y las hormiguitas, en tropa. “Para salir del embrollo en el que estamos, debemos salir del bollo. Y lo primero es pensar, cada uno, que es distinto, único, raro, diferente. El individuo es el que va a cambiar el mundo, no los rebaños”.
Libre. Libre. Libre. Libre. Libre. Libre. Ese es el objetivo de sus cursos de creatividad: formar artistas, “seres normales en los que la represión de la sociedad ha fracasado y, por tanto, pueden mostrar otredad, alteridad, alternativas. Para hacer algo interesante, no hay que hacer algo normal”.
Lo mismo en sus cursos de fotografía. “Decreto Supremo: No pongan la figurita al medio. Decreto Supremo: No tiren las cositas a las esquinas. Decreto Supremo: Prohibido hacer simetría…”.
Hasta los formatos fotográficos, siempre cuadrados, están cuestionados en sus clases. Desde hace varios años, ValCárCel está imponiendo las llamadas fotos flacas, aquellas laaaaaaaargas y delgaaaadas en las que la información sobre la imagen expuesta se reduce al mínimo, sin perder sentido.
Y continúan sus proyectos irreverentes con el sistema. Dice que pronto se pondrá a trabajar con las selfies del ‘Face’ para desmontar todo lo falso que allí se ve. Algo también quiere hacer para cuestionar el internet como robot que ahora nos da pautas y directrices de vida. “No son proyectos tan artistudos, pero son comunicacionales. No sirven para nada, pero sirven para darnos cuenta de cosas”.
Roberto Valcárcel recibió el Premio Lux del Diplomado en Fotografía de la Universidad Evangélica Boliviana. Ojalá que cuando muera su lápida diga “R. Valcárcel, fotógrafo”. Es su deseo. ” Aunque sorprenda a muchos, en lo más profundo de mi ser, me considero más fotógrafo que arquitecto o pintor”.