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Estoy en la peluquería y de pronto sale disparado un pequeño perro, ladrando en falsete. Es tan pequeño que, pienso, no solo el ladrido suena falso; parece una rata sobrealimentada.

– ¿Es tu guardián? -le pregunto a mi peluquero, riéndome.

– Así como lo ve, chiquitingo y feo, es efectivo. Se llama Sansón. Antes se llamaba Dani. Un cliente sicólogo me dijo que los perros sienten también el peso de un nombre, así que le cambié ese nombre que no era ni chicha ni limonada. Nada me cuesta… ¡con tal que suba su autoestima!

Me quedo pensando en las palabras de Sócrates (el peluquero, no el de la cicuta) y pienso que no se podría encontrar otra expresión popular más apropiada para la palabra ‘ambiguo’: ni chicha ni limonada. Pienso en la ambigüedad o nichichanilimonadez de Dani y me embarco en una cómoda -pero engañosa- charla de peluquero:

– Pensé que le pusiste Sansón porque tiene el pelo largo y como vos sos peluquero…

– No, ni lo piense. Le puse Sansón no solo por la fuerza, sino porque esa historia fue para mí una revelación.

– ¿Qué fue lo que te reveló?

– Me reveló que Dios es un estilista.

– Hasta donde sé, dicen que también es el creador de todo.

– Por eso pues. Si no se preocupara de la belleza, o sea del estilo, habría creado un mundo imperfecto, ¿no ve?

– ¿O sea que este es un mundo perfecto, según vos?¿Sin maldad?¿Sin injusticia?

– Perfecto en belleza don Javierito, en belleza. La belleza no tiene nada que ver con las cosas malas, o sea que la belleza no tendría nada que ver con el bien ni con el mal, mi estimado. ¿Patilla larga o normal?

En este punto, y de golpe, me siento engañado. ¿Quién fue el gil que dijo que las charlas de peluquero son frívolas? ¿O será que a Sócrates, mi sencillo peluquero, el nombre le ha añadido por ósmosis lecturas que van más allá de las que hay en su mesita ratona?

-¿Patilla larga o normal?

***

Antes de entrar a la peluquería estaba decidido a escribir sobre la belleza darwiniana. Todos sabemos que Darwin consideraba que lo útil era bello. Si un hacha de sílex estaba bien hecha, convertía a su poseedor en mejor cazador, y los mejores cazadores eran buscados por las mujeres. Resultado: las hachas de sílex bien hechas se empezaron a considerar bellas por nuestros antepasados pitecos. Evolución. Convincente.

Ahora las hachas de sílex son smartphones, las hachas de sílex son un Rolex, las hachas de sílex son también la inteligencia o la locuacidad. Carlos Mesa sacó a relucir en Chile un hacha de sílex llamada elocuencia y al otro día ya era un sex symbol. “Ay de churro que había sido el Mesa”, dice mi tía setentona. “Allá en Chile se ve mejor que acá”. Así opera la magia del hacha.

Pero de pronto, un dolor nada metafísico cambió mi razonamiento. Mi viejo uñero me hizo pensar que la naturaleza se equivoca a veces: un uñero es definitivamente un misterio evolutivo… a no ser que un columnista lo tome como excusa para un razonamiento metafísico.

No, ni para eso sirve.

***

– Don Javierito, despierte. ¿Patilla larga o normal?

– Sócrates, vos sabés cómo me queda mejor. Acabás de darme una tesis sobre la belleza. Dejame pensar.

– Don Javierito, el largo de la patilla no va a cambiar nada. Le cuento un secreto profesional…

– Ah, eso me gusta. Contame.

– En realidad, los peluqueros preguntamos por el largo de la patilla por pura        amabilidad.

– O sea que mi cara es irrecuperable.

– No lo diría así. Usted no es feo. Su cara está más allá del bien y del mal.

– Hoy estás muy filosófico.

– Digamos que es tan poco el pelo que a usted le queda, que cortarlo solo sirve para que se sienta mejor y un poco más cómodo.

– ¿Y por qué me siento más fuerte cuando estoy recién peluqueado?¿No es lo contrario de lo que debería pasar, según la Biblia?

– Mire don Javierito, mejor no se compare con Sansón.

– ¿Tan mal estoy?

– No, lo digo porque el tipo andaba de burdel en burdel.

– No, yo jamás pagaría por sexo.

– ¿Su religión no lo permite?

– No lo permite mi ética.

– ¿Y ya vio a un médico?

– No, Sócrates, quiero decir que no pago por sexo por responsabilidad con el prójimo y conmigo. No tengo religión. No creo en Dios.

– Yo a veces digo que soy tan poca cosa que no merezco el cielo. Pero tampoco el infierno.

– Ja, vos sos sartreano.

– No, yo no le ensarto ni una aguja.

– Y veo que no necesitás la filosofía. Naciste sabio.

– No crea. No es muy sabio que yo crea que Sansón hizo bien en matar a esos filisteos.

– Lo hacía porque el espíritu de Yahvé entraba en él. Y mataba.

– Eso no suena muy bien.

– Sí, suena a blasfemia. Pero yo no lo escribí.

– Aunque, ¿sabe? Le cortaron el pelo, ¿no ve?

– Eso es sabido.

– No necesitaban raparlo. En esa época ese corte no estaba de moda.

– ¿Y cómo iban entonces a quitarle la fuerza?

– Con un corte hipster. Eso deja sin ánimo a cualquiera.

– No creo que lo del pelo lo haya enojado, Sócrates. No te olvidés que le sacaron los ojos.

– Ahí está el detalle. Un peluquero no rapa sin preguntar, y además nunca evita que el cliente se vea al espejo. Con Sansón cometieron ese doble crimen de lesa estética.

– En cambio yo no le veo lo estético a matar mil tipos con una quijada de burro.

– Se ve que usted no es afecto a los videojuegos. Esa matanza no es nada frente a Mortal Kombat. Ahí se arrancan corazones, columnas vertebrales y la sangre salpica todo. Y ninguno se despeina, felizmente. Eso sería antiestético.

– Me han dicho. Deberían hacer un videojuego con Sansón y la quijada.

– No creo que tenga éxito.

– ¿Porque sería políticamente incorrecto?

– No, porque no hay un enemigo claro. No es como Batman y el Guasón o como Luke y Darth Vader. O como Superman y Lex Luthor.

– No me dejaste terminar. El enemigo principal sería Dalila.

– Lo que usted plantea, don Javierito, es peligroso. Sería el primer videojuego del mundo en el que hay que jugar con la seducción.

– Eso. Lo has entendido muy bien.

– Será un fracaso. El seducido creerá que ha ganado si lo seducen; también creerá que ha ganado si se resiste.

– Yo creo que será un éxito. Decime, Sócrates, vos me contaste de un ingeniero en software que compra películas porno.

– Sí, me acuerdo. ¿Por qué?

– Creo que voy a necesitarlo. Ya me cansé de ser columnista. Hay un mundo de gamers que están ahí, esperando por las buenas ideas y ansiosos por comprar sexo virtual. Ya pues, ¿cómo se llama ese ingeniero?

– Y su ética ¿le va a permitir hacer ese videojuego?

***

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