“¡Maldito! ¡Maldito! Dame mi bolsón, dame mi bolsón”, grita Melissa, una joven de 20 años.
Es sábado por la noche, promediando las 21:30 en la ciudad de Santa Cruz. Melissa sale de su trabajo. Toma el micro que la conducirá a su casa. El micro, al llegar a las proximidades del Mercado Los Pozos, se detiene. Suben dos jóvenes. Uno se ubica al lado de Melissa que se encuentra parada cerca de la puerta. El otro se queda en la puerta con la excusa de pagar el pasaje. Melissa nota que los jóvenes se hacen señas y no imagina que ella es el punto de ataque. El micro sigue avanzando hasta salir del mercado. El joven de la puerta se demora en pagar el pasaje. El micro se detiene. Suben más pasajeros. El joven que se encuentra al lado de Melissa -tez morena, mediana estatura, short, polera y zapatillas-, no teniendo pinta de ser un ladrón, decide bajar junto a su compañero. Al bajar, jala la cartera de Melissa y ambos jóvenes corren en dirección del mercado. Melissa reacciona inmediatamente, se baja del micro y corre tras ellos. Los jóvenes toman caminos separados mientras huyen corriendo. Melissa, sin pensarlo, empieza a seguir al que le jaló la cartera.
La Policía Nacional tiene una clasificación de cada uno de estos casos, ya que cada delincuente tiene su forma de operar y su objetivo de robo. Los jóvenes que arrebataron la cartera de Melissa son llamados lanzas: buscan la manera de distraer a la víctima y tomar sus pertenencias, no trabajan solos.
Santa Cruz vive a diario todo tipo de delincuencia. Un informe de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) informa que en la ciudad se cometen a diario 91 delitos, entre robos, atracos, asesinatos y otros. La mitad de los habitantes de Santa Cruz ha sido víctima de algún delito durante su vida.
Melissa, corriendo tras los delincuentes en dirección del mercado y gritando “¡maldito! ¡maldito! dame mi bolsón”, alerta a unas mujeres que se suman para ayudarle con gritos. “¡Agarren a ese chico!”, “¡agárrenlo! ¡tiene el bolsón!”. Al escuchar a estas mujeres, dos hombres corren para agarrar al ladrón. Melissa los sigue.
En casos como este, no siempre la gente socorre por temor a sufrir alguna agresión, como es el caso de Pedro, un guardia de seguridad, al que le dispararon en la pierna por evitar un asalto, o Limbert, un vendedor del mercado Los Pozos, que ve cómo la gente es asaltada diariamente y se siente impotente al no poder hacer nada. Ellos son amenazados de sufrir alguna agresión si abren la boca. “Veo cómo estas personas asaltan, corren y luego se distribuyen lo robado”, dice Limbert.
El chico, al sentirse acorralado, vuelca gritándole a Melissa: “¡aquí está todo, aquí está todo, tomá!”. Tira el bolsón y sigue corriendo. Melissa revisa su cartera y nota que todas sus pertenencias están intactas. Los hombres que persiguen al ladrón, logran aprehenderlo y lo entregan a dos policías que se encontraban haciendo su ronda a 300 metros del lugar. El otro delincuente logra escapar.
Una vez aprehendido el ladrón, la gente del mercado recomienda a Melissa que siente la denuncia «¡o si no, ahorita lo van a dejar libre!» Melissa duda, le dice a la gente: «¡No, ya tengo todas mis pertenencias y no me interesa!» La gente insiste. Por la presión, accede y se dirige, junto a los policías y el ladrón, a la comisaría que se encuentra a en el Parque el Arenal.
El policía toma la declaración de Melissa y le pregunta su nombre, si reconoce al ladrón y le pide que haga un relato de lo acontecido. Una vez tomada la declaración, los policías conducen al ladrón a una celda y Melissa se retira rumbo a su casa.
Según el Ministerio de Gobierno, en Santa Cruz “hubo 20.332 denuncias de actos delincuenciales en 2014; a comparación de 2013, la ola delictiva bajó en un aproximado de 5.000 delitos”. El Presidente del Estado reprendió a la Justicia por no actuar con mano dura contra los delincuentes y acabar con la crítica de la Policía, que dice hacer esfuerzos a fin de detener a los delincuentes pero para que luego recobren fácilmente su libertad.
Pasaron por su peor momento al sentir su corazón latir a mil por horas y pensar que no saldrían vivas. Lissy y Yuyi cuentan que mientras caminaban rumbo a su casa a las 18:45 de un día viernes, se percataron de que en la calle por la que transitaban había, estacionada, una vagoneta tipo taxi color blanca. Lissy sintió que algo no andaba bien y le dijo a Yuyi que debían volverse. Yuyi, muy segura, le respondió: “No pasará nada, sigamos”.
Mientras caminaban y se aproximaban al lugar donde se encontraba estacionada la vagoneta, en voz baja se decían: “Caminá rápido, rápido”. Tras que pasaron el vehículo, Yuyi sintió un fierro frío en su cuello y la voz de un joven que le decía: “Dame tu cartera, tu celular y todo lo que tengás; si te resistís, te disparo”.
Lissy notó que los ojos del asaltante estaban rojos y su voz perturbada. Asumió que estaba drogado o borracho y que no se animaría a disparar. Pero el delincuente siguió apuntando con el arma. No quedando satisfecho con las pertenencias de Yuyi, insistió en que Lissy también le entregara su cartera y su celular.
De pronto, se escuchó la voz de alguien que gritó: “¡Qué haces vos ahí, dejá a esas chicas, maleante!”. El delincuente, al verse descubierto, jaló la cartera de Lissy y corrió a su vehículo.
En el año 2014 las telefónicas del país reportaron un crecimiento en las denuncias por robo, hurto o extravío de celulares. Entel reportó 271.531 móviles; Viva, 155.000 equipos; y Tigo, 125.000 aparatos, quedando todos registrados en las listas negras. El decreto supremo aprobado en 2009 que dispone a las telefónicas la anotación obligatoria de celulares para que, de ser robados, queden inhabilitados, de poco funciona porque han proliferado los servicios de flasheo o habilitación de equipos robados.
Un episodio parecido sufrió Sari, cuando a las 12:00 de un mediodía, al bajarse del micro en la esquina del Tercer Anillo y avenida San Aurelio, mientras caminaba rumbo a su casa y revisaba su celular, a una cuadra antes de llegar a su casa notó que había un hombre parado en la esquina, mirando de un lado a otro, como si estuviera esperando el micro.
Sari siguió caminando y observó que un auto blanco tipo taxi que se encontraba estacionado en la vereda de al frente, en dirección del hombre parado en la esquina, encendió su motor y prendió sus luces. Sari guardó el celular y aceleró sus pasos para llegar a su casa. Tocó el portón, pero tardaron en abrirle.
El tipo que se encontraba parado en la esquina se fue tras ella y le pidió que le dé el celular. Sari se rehusó a entregárselo, el tipo sacó una pistola y le apuntó, mientras el auto blanco de al frente avanzó estacionándose a apenas unos metros de la casa de Sari, en la misma vereda.
Sari, al verse acorralada, accedió a entregar su celular porque el hombre, robusto, alto y viejo, la agarró muy fuerte del brazo. No satisfecho con lo que había sustraído, él comenzó a jalarla del brazo a fin de subirla a la movilidad. Sari forcejeó para evitarlo, cuando en ese lapso aparecieron dos mujeres que se percataron de lo sucedido.
El hombre inmediatamente soltó a Sari, corrió y se subió a la movilidad, llevándose consigo solo el celular. Las dos mujeres se acercaron a Sari: «¿Niña, estás bien? ¡Te asaltaron!, ¿verdad?» Sari se lanzó al llanto. Mientras las mujeres la consolaban, su hermana abrió el portón.
Ahora, con voz entrecortada al relatar lo vivido, razona que “si mi hermana hubiera abierto el portón la primera vez que toqué, no solo me robaban a mí sino que también se entraban a la casa”
El exviceministro de Régimen Interior, Jorge Pérez, en una nota de un periódico señala “que la ola de delincuencia ha bajado gracias a la implementación en Santa Cruz de cámaras de seguridad y monitoreo de vigilancia a través de un helicóptero y patrullaje constante”.
Pero pareciera que esta forma de encarar la delincuencia no está dando resultados. La inseguridad y la delincuencia son los principales factores de preocupación de los hogares de Santa Cruz, ya que 7 de cada 10 hogares, en algún momento han tenido una víctima de la delincuencia.
Un común denominador entre las víctimas de esta historia es que todas apellidan Campos. Las cuatro son hermanas y pertenecen a una sola familia. Melissa, Lissy, Sari y Yuyi relatan sus historias con temor, cuentan que salen a diario con el amén en la boca, afirman que se han vuelto observadoras y desconfiadas, y dicen que no desean que ni sus amigas ni familiares vivan lo que ellas vivieron.
Yuyi, la menor de las hermanas cuenta cómo su madre queda preocupada cada vez que ellas salen y no está tranquila hasta que las cuatro llegan a casa.
Lissy, después de contar todo lo que le pasó, ahora más tranquila, suspira y dice: “Los celulares se reponen, menos la vida”.
Esta crónica se elaboró en el marco de la Maestría en Comunicación Periodística UEB-UNESCO.